lunes, 29 de agosto de 2016

Si nos quiere de verdad, que se vaya

Como es tan poco español, como nunca sucede por aquí, no se me había ocurrido, pero es cierto: Rajoy puede simplemente irse. Ser verdaderamente responsable y admitir que no cuenta con los apoyos para formar gobierno y marchase. Y, ¿por qué no?, volvámonos locos de verdad, imaginemos que realmente quiere mejorar el país, eliminar la corrupción en su propio partido, mejorar la sanidad y el empleo, eliminar el paro... APOYA la candidatura del PSOE y Podemos. Sí, lo sé, es pura fantasía... ¿pero no es lo que este país necesita?. Un gobierno socialdemócrata con un auténtico interés en lo público y social, que no le diese tanta cancha al poder financiero y que es con lo que la izquierda lleva soñando desde hace años. Lo sé, es solo un sueño... pero, ¿qué quieren?: me acabo de despertar.

jueves, 18 de agosto de 2016

El maldito porcentaje.

En la segunda película de la saga Alien, “Aliens”, una frase subraya quienes son los malos de verdad. Como en el mundo real, una corporación: “al menos ellos no se matan por un maldito porcentaje”. Sí, los aliens son las bestias animales con los instintos típicos, que como cualquier otro depredador, obedecen a su naturaleza. No hay ni bien ni mal en ellos, como no lo hay en un león o en una araña, por muy atroces que nos puedan parecer sus actos. La corporación en cambio, personificada en Carter Burke (personaje interpretado por el estupendo Paul Reiser), movida por intereses económicos, por “el maldito porcentaje”, acaba con la vida - indirectamente como suelen hacerlo todas las corporaciones - de seres humanos, por encima de la inteligencia y la moral que se supone a las asociaciones humanas.
Lo curioso de las corporaciones, por si alguien aún no se ha enterado, es que aunque están formadas por humanos no tienen que, al menos legalmente, tener otro objetivo que el beneficio. Viven para sus accionistas y todo lo demás es secundario. Una metedura de pata antológica fue el hecho de que unos jueces norteamericanos les dieron algunos derechos como personas - jurídicas - pero no las obligaciones que la lógica indicaría. Así no tienen responsabilidad legal por los perjuicios que causen a la sociedad. Al menos en el mundo de fantasía económica en el que vive Estados Unidos. Los europeos, como siempre que suenan las trompetas del Paraíso del Mercado, estamos copiando desde hace años la idea con mayor o menor fidelidad al original.
No creo, sin embargo, que esos monstruos económicos sean los culpables últimos del desastre definitivo hacia el que corremos como locos poseídos. El problema es cada persona, cada individuo que como dice Miguel Lago solo quiere “quitar al otro para ponerme yo”. Es decir, muchos no protestan o se indignan porque millones  de personas mueran de hambre o apenas tengan lo suficiente para vivir. Lo que les corroe, lo que les enfada verdaderamente es que ellos no se están llevando un trozo grande de la tarta.
Y esta motivación que para muchos es esencial, es el motor que impulsa la mayoría de sus actos, normalmente, se mantiene en segundo plano, frecuentemente, en secreto. Sería de agradecer, que al menos, para saber por donde pisamos, se dijera abiertamente: “lo hago por la pasta”. Nada de la lucha por la libertad, la democracia, la paz y todas esas bonitas palabras con las que se llenan la boca. Es, simplemente, pura avaricia. La lucha sin cuartel por “el maldito porcentaje”, la parte del pastel que se llevan cada mes, en cada reparto de beneficios, en cada prima, en cada nómina. Y todas las demás consideraciones quedan postergadas, si no anuladas. Hasta ONGs y organizaciones mundiales, supuestamente humanitarias, se ven inoculadas, de vez en cuando, por el virus del beneficio despiadado.

Sería importante que no perdiéramos este horizonte cuando busquemos las explicaciones de las invasiones de países, el hambre, la destrucción del medio ambiente, el terrorismo, el desempleo…

sábado, 13 de agosto de 2016

Ovejas

A muchos les gusta ser ovejas. No lo expresan así, claro, pero tienen devoción por los uniformes, por lo “normal”, por la “media”. Y lo imponen a los demás. Así ponen uniformes ya en los colegios, porque todo parece “más limpio y ordenado”. Es lo correcto. Todos los alumnos parecen iguales y se diluyen las diferencias. Los que tienen el poder desean, exigen la uniformidad del resto. Los ejércitos uniforman para expresar el poder y la unidad frente a otros. Los deportes uniforman para crear equipos, para marcar la diferencia entre rivales. Y los colores, los uniformes, las banderas marcan las lineas que separan: somos de este colegio, de este ejercito, de este equipo, de este país… y tú no. Somos hombres, sanos, altos, rubios, delgados, de piel clara y tú eres mujer, enfermo, bajo, moreno, gordo, de piel obscura… Eres diferente, por lo tanto tú eres peor que nosotros, proclaman como idiotas.
Las élites dominantes también se marcan para distinguirse, pero  con diferencias mínimas. Si usan uniformes tienen medallas o símbolos que les destacan por encima del resto. Las élites pueden pueden ser diferentes, porque están por encima del resto del grupo uniformado. Los reyes, generales, los capitanes de los equipos llevan marcas que señalan la superioridad dentro del grupo. Pertenecen al rebaño, sí, pero están por encima, mandan, pueden ser más o menos diferentes.
Muchos necesitan esa uniformidad porque les hace sentirse acogidos por el grupo, la seguridad de que tienen gente que está en el mismo colegio, en el mismo equipo. Incluso llevan uniforme - chaqueta, camisa, corbata… - cuando ya nadie les obliga directamente, porque ya han sido adoctrinados y ellos mismos quieren ser del rebaño. Y se unen en colegios profesionales y lo ponen en sus tarjetas para que se sepa que pertenecen a un grupo. Incluso cuelgan en los despachos diplomas que indican en que universidad estuvieron y como destacaron en ella. Y por la noche duermen tranquilos porque la madre-grupo les acoge y son “normales”.
Realmente muchos quieren ser diferentes, especiales, los destacados… pero dentro del grupo. Como matrioskas pertenecen a un colegio, que está dentro de un grupo social, dentro de un barrio, dentro de una ciudad, dentro de un país y de un continente. Así unos excluyen a otros porque no pertenecen al colegio superior (lo de ellos siempre es lo mejor y lo correcto), o no a la misma clase, o por ser de un barrio o una ciudad diferente o de otro país. Aunque les siguen importando, hipócritamente, muchos dicen que ya no hay diferencias por sexo o por raza, pero la verdad es bien visible en cada grupo.
Ahora les separan incluso por lo que consumen: tu bebes este refresco de cola y yo este otro, tú utilizas una marca de teléfono móvil y yo esta otra, tú una clase de automóvil y yo esta otra. Hay millones que que conducen ese modelo, pero ellos se diferencian de los “pobres e insignificantes” que conducen autos más baratos.
Y esos uniformes siempre han separado y jamás unido a las personas. “Divide y vencerás”. Los hábitos de unos monjes les separaban de los monjes de otra congregación, incluso dentro de la misma religión… que por supuesto era “más y mejor” que otra religión. Y como su grupo, su ejercito, su equipo, su país es “el superior, el correcto, el que tiene que ganar”, se hace lo que haya que hacer para que los otros pierdan, para que sean menos, para que desaparezcan… para que mueran. Porque ellos son los malos, los perdedores, los equivocados, los pecadores, los culpables, los terroristas… y nosotros no.
Y muchos padres, sin pensarlo siquiera, uniforman a sus hijos para que sean “como los demás, pero diferentes a la masa, iguales entre sí, pero superiores al resto”… Incluso les parece bien que los separen dentro del colegio: niños en un sitio y niñas en otro. Porque, efectivamente, el sexo nos iguala. Con todas las represiones, persecuciones, marginaciones, etc., los humanos somos seres sexuales. Desde los grandes financieros a los mendigos, todos comparten ciertos deseos animales y uno de ellos es el deseo sexual. Y también aquí hay quien intenta “normalizar” desde el principio de los tiempos, intentando decir qué, cómo, dónde y cuándo el sexo es “correcto y aceptable”. Y pasearse por la historia, por el mapamundi de lo sexualmente legal y permitido - no escandaloso ni aberrante - de un país, de un estado a otro, es curioso y sorprendente (a veces, para llorar) y por supuesto cambia de unas épocas a otras.
Los hombres siempre intentan “uniformar, normalizar” al resto de las personas. Un grupo dice que ropa es “correcta, decente, apropiada” y los demás tienen que obedecer o pagan con su libertad o con su vida incluso.
Y desde siempre también, muchos de esos que intentan “estandarizar” al resto no solo quieren que el uniforme, la regla, se lleve por fuera, si no que se interiorice, que se piense igual, que se sienta igual, que se crea lo mismo. Entonces se creó la prensa, la radio, la televisión, el cine… la publicidad y la propaganda, en fin.


Afortunadamente aún tenemos a personas que piensan otra cosa, que no quieren llevar el cabello o las gafas o la ropa como indica un grupo, una corporación, un colegio. Personas que crean el surrealismo o trabajan en ONGs o en grupos de apoyo social o sindicatos o se manifiestan en contra de las creencias que las élites  quieren imponer al rebaño. Gente a las que no le importan las etiquetas y los uniformes, el color de la piel o la religión que el otro profese. Humanos que no quieren ser esas ovejas.