En la segunda película de la saga Alien, “Aliens”, una frase subraya quienes son los malos de verdad. Como en el mundo real, una corporación: “al menos ellos no se matan por un maldito porcentaje”. Sí, los aliens son las bestias animales con los instintos típicos, que como cualquier otro depredador, obedecen a su naturaleza. No hay ni bien ni mal en ellos, como no lo hay en un león o en una araña, por muy atroces que nos puedan parecer sus actos. La corporación en cambio, personificada en Carter Burke (personaje interpretado por el estupendo Paul Reiser), movida por intereses económicos, por “el maldito porcentaje”, acaba con la vida - indirectamente como suelen hacerlo todas las corporaciones - de seres humanos, por encima de la inteligencia y la moral que se supone a las asociaciones humanas.
Lo curioso de las corporaciones, por si alguien aún no se ha enterado, es que aunque están formadas por humanos no tienen que, al menos legalmente, tener otro objetivo que el beneficio. Viven para sus accionistas y todo lo demás es secundario. Una metedura de pata antológica fue el hecho de que unos jueces norteamericanos les dieron algunos derechos como personas - jurídicas - pero no las obligaciones que la lógica indicaría. Así no tienen responsabilidad legal por los perjuicios que causen a la sociedad. Al menos en el mundo de fantasía económica en el que vive Estados Unidos. Los europeos, como siempre que suenan las trompetas del Paraíso del Mercado, estamos copiando desde hace años la idea con mayor o menor fidelidad al original.
No creo, sin embargo, que esos monstruos económicos sean los culpables últimos del desastre definitivo hacia el que corremos como locos poseídos. El problema es cada persona, cada individuo que como dice Miguel Lago solo quiere “quitar al otro para ponerme yo”. Es decir, muchos no protestan o se indignan porque millones de personas mueran de hambre o apenas tengan lo suficiente para vivir. Lo que les corroe, lo que les enfada verdaderamente es que ellos no se están llevando un trozo grande de la tarta.
Y esta motivación que para muchos es esencial, es el motor que impulsa la mayoría de sus actos, normalmente, se mantiene en segundo plano, frecuentemente, en secreto. Sería de agradecer, que al menos, para saber por donde pisamos, se dijera abiertamente: “lo hago por la pasta”. Nada de la lucha por la libertad, la democracia, la paz y todas esas bonitas palabras con las que se llenan la boca. Es, simplemente, pura avaricia. La lucha sin cuartel por “el maldito porcentaje”, la parte del pastel que se llevan cada mes, en cada reparto de beneficios, en cada prima, en cada nómina. Y todas las demás consideraciones quedan postergadas, si no anuladas. Hasta ONGs y organizaciones mundiales, supuestamente humanitarias, se ven inoculadas, de vez en cuando, por el virus del beneficio despiadado.
Sería importante que no perdiéramos este horizonte cuando busquemos las explicaciones de las invasiones de países, el hambre, la destrucción del medio ambiente, el terrorismo, el desempleo…
Depredadores totales, que su único objetivo es obtener más y más dinero, y más y más poder, no importandoles el precio que hacen pagar a los otros... Gracias por tu reflexión, cielo. ♥
ResponderEliminarA ti, siempre, por leerme. Muacksssssss!
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