lunes, 11 de marzo de 2013

Lost in translation.

 
 
Es cierto. Te despiertas y, de repente, no sabes donde estás ni que haces aquí, pero sientes una soledad triste. Por eso me gusta esta magnífica película de Sofía Coppola, porque nos describe a nosotros mismos y como nos sentimos en más de una ocasión. Esa falta de rumbo y de esperanza, esa ironía aburrida y cansada, esa búsqueda poética e ingenua nos describen, a algunos, como si fuese una fotografía hiper realista. Cuando uno tiene los años suficientes, para bien o para mal, ya está de vuelta de muchas cosas y, como el protagonista, solo buscamos un poco de simple sinceridad, hartos de las frases con doble sentido y el inútil juego de la guerra entre los sexos.
¿Y que tiene la película?. Todo y nada... como la vida misma. Una sucesión de hechos más o menos triviales y mucha belleza, una huida de la soledad y un intento de entender de que va todo esto. Y algo muy especial: silencio. Un silencio que, hoy en día, se agradece en un mundo lleno de mensajes y libros de autoayuda (en la propia película se ironiza sobre estos), un silencio deseado por todos (la cinta famosa sobre los monjes lo atestigua) y tan dificil de llevar al cine. Un silencio que tienen los protagonistas rodeados de la ruidosa Tokio.
La cinta gana sentido si alguna vez te has sentado solo en la barra del bar de un hotel a las tres de la mañana. Quizá solo así se entienda... En esos momentos, un vaso de Suntory y Scarlett Johansson lo son todo.

(Publicado el 4/01/2007)

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