sábado, 30 de agosto de 2014

La última vez.

Fiel seguidor del “vive este día como si fuera el último”, idea para mi antigua y esencial, imprescindible para mi entendimiento (y para entenderme), un punto de vista en la misma línea, pero desde un ángulo ligeramente diferente, me llamó poderosamente la atención en Palermo Shooting, maravillosa película de Wim Wenders. Hablar con una persona, ver un lugar, realizar una actividad concreta con el convencimiento interno de que podría ser la última oportunidad para gozar con ello. Porque nadie nos asegura que no será así. Quizá, cuando nos encontremos con ese amigo al que estimamos, esa conversación podría ser la última que tengamos con él. ¿No gana una importancia asombrosa cada palabra, cada gesto, cada mirada?. Si realmente supiéramos que se trata de la última oportunidad para demostrar nuestro afecto a nuestra pareja, a nuestro familiar, ¿no cambiaría nuestra actitud?. ¡Qué maravilloso valor cobra el roce de una mano sobre la piel del otro!.
Si entramos en el cine, en el museo, en el bar de la esquina sabiendo que jamás volveremos, ¿no apuraríamos con los cinco sentidos cada segundo de la experiencia?. Al levantarnos temprano y ver el rayo del sol entrando, inclinado y dorado, por la ventana, ¿no nos parecería maravilloso y bello?. Si esas notas susurrantes, de un violín acariciado, fueran los últimos compases de música que oyésemos ¿no pondríamos nuestra alma en la escucha?.
¿Perderíamos horas, ni siquiera minutos, en algo que no nos proporcione felicidad?.

Se abre así para nosotros un paraíso, quizá no frecuentado, y al que, tal vez, jamás regresemos.

sábado, 9 de agosto de 2014

Espera

Miraba el horizonte de tejados,
pero no estabas,
como nunca estuviste,
y me quedé perdido
en un mar de antenas
de televisión anodina.

Y allí, dónde el azul no estaba en mis ojos,
si no en el mar que añoraba,
aún seguía
intentando evocarte,
inutilmente.

De repente, sobraron
todas las palabras
y los objetos resbalaban
de mis manos,
buscando tu piel.

Tu ausencia me dolió,
pero solo
pude encender un cigarrillo más
constatar
que me faltabas.

Mi tacto añoró
la suave línea de tu nuca,
tus palabras
tan perdidas
como las mías.

Y más allá,
del calor
que quebraba voluntades,
ni siquiera recordé
el tono dolido
de tu voz.

Era una tarde
de susurros,
de niños que jugaban,
pero
con voces ajenas
y

lejanas.