domingo, 4 de diciembre de 2016

Ahí, a tu lado.

Cuando abres los ojos despacio
para que los primeros rayos
acaricien tus pupilas,
con los dulces destellos de los días,
estoy ahí…
a tu lado.

Mientras los hilos tibios de plata
resbalan por tu cuerpo glorioso,
de madre de la tierra,
y tu cabello - tan negro -
sucumbe al canto alborozado de las arpas,
estoy ahí…
a tu lado.

Al recorrer las calles aún desiertas,
innotas aceras sinuosas,
para comprar el pan caliente,
la leche - tan blanca -,
la carne y los huevos,
cruzándote con la risas contentas
de los niños en los parques,
estoy ahí,
a tu lado.

Cortando los tomates 
-tan rojos -
con  precisión de cirujano,
los plátanos,
los totopos…
aunando el aguacate,
la lima y el cilantro,
sintiendo el aroma de la enchilada
o de los tacos,
y comes despacio, mirando…
sin ver, como borroso,
estoy ahí,
a tu lado.

Arropándote las nalgas,
el cálido sofá de las tardes,
somnolientas,
el culebrón que sigue tu mamá,
te cierra los ojos suspirando,
como buscando las estrellas,
con los suaves alientos,
que bostezan…
estoy ahí, 
a tu lado.

En el final de la tarde calurosa,
cuando se arrullan las garzas,
y las sombras grises se desdibujan
desvaídas,
recorres el puente al infinito,
sobre brisas y mareas,
y estoy ahí,
a tu lado.

Al final de la noche,
cuando te derrumbas abatida,
derramada en oníricas olas
y fragancias,
jugando con querubines
que gotean sonrisas
de alas infantiles,
contando, ya por fin,
ovejas tiernas…
estoy ahí, 
a tu lado.

Cuando con un guiño de colores
veo, apenas, el paso, perezoso,
de los minutos lentos,
y mi gato recorre - muy despierto -
mi barriga…
estás aquí,
a mi lado.

Con el café caliente y el primer cigarro,
entre las noticias madrugadoras,
y los ecos venecianos,
en las primeras vaharadas,
bajo los chorros hirvientes…
estás aquí,
a mi lado.

Al insinuar palabras dulces,
en trazos entintados,
o volar dubitativo
sobre las letras del teclado…
estás aquí,
a mi lado.

Jugando a ser un chef
de cuchillos afilados,
Simone me susurra
espléndidos guisos
de difícil digestión,
miro las fotos de tus platos…
y estás aquí,
a mi lado.



En los sopores de la siesta,
que me noquean
todo son tormentas,
agitadas y asfixiantes,
y al fin,
cuando cierro los ojos,
apenas,
un instante…
estás aquí,
a mi lado.

Corriendo tras el gato,
revoltoso y gamberro,
que me mira descarado,
en una agitar loco
de blancos y negros,
estás aquí…
a mi lado.

Perdido en mil tramas,
en argumentos inusitados,
leyendo poesía,
en la música,
haciendo fotos
o intentando imaginarte
con pinceles,
estás aquí,
a mi lado.

Al dormirme esperanzado,
contando los segundos,
agotado,
estás aquí,
siempre,
a mi lado.

jueves, 10 de noviembre de 2016

Parecidos razonables

lunes, 24 de octubre de 2016

Encuentro

Al principio,
es apenas el roce de unos labios,
la insinuación de una caricia
de piel en la piel,
un murmullo de dedos en las cejas,
la sombra de las palabras
buscando las respuestas,
filigranas de miradas,
colisiones de estrellas,
un sueño brumoso
de encajes y satén,
un flujo de pulsos y mareas,
anhelos de las curvas y los huecos,
saltos de botones asustados,
cremalleras que huyen
y dobladillos desdoblados.
Un amanecer sutil de vello y terciopelo.
Y después,
después,
la sangre que palpita,
la ola que golpea,
la bestia que acecha,
unos dientes que asían
morder,
arrancando gemidos
y suplicas
en el borde de todos los deseos,
el filo de todas las caricias,
ideas que entran,
sueños que salen
con esperanzas,
con promesas de precipicios
temidos y gozados.
El dibujo de una boca,
y las risas contenidas
desbordadas,
mantenidas.

Y una lágrima de dicha.

lunes, 5 de septiembre de 2016

Pitones

      Puede que tuvieran razón, pero me daba igual. El negocio es el negocio y no voy a perder millones por unos cuantos gilipollas sensibles… pensaba Alberto mientras entraba por el portón verde del garaje, conduciendo su deportivo negro. La mansión era enorme y justo detrás de la valla, a la izquierda del camino, en cuesta, de entrada, sorprendía la enorme piscina azulada. La propiedad era grande incluso para esa rica zona del norte de Madrid. Alrededor del vaso rectangular, una zona antideslizante con tumbonas y sombrillas y algo más allá, el edificio, de un estilo andaluz trasnochado. Unos árboles se recortaban en el bosquecillo, su capricho, de la parte trasera. En realidad, no tenía que haber aceptado la entrevista en esa puta radio, pero he humillado a esa idiota de locutora… “que los toros sufren”, decía… estuve a punto de contestarle ¡qué se jodan!, pero no hubiera quedado “políticamente correcto”, dijo en voz alta esta última frase, agudizando el tono como burla… ¡ay que joderse en que tiempos vivimos!.
Los doberman salieron a recibirle y con unas caricias de trámite, entró con paso enfadado en la casa. Notó con alivio el frescor del aire acondicionado. “Su pequeño refugio”, según vendía, con falsa modestia, a amigos y periodistas. Su gusto decorando era pésimo y heterogéneo. Se mezclaban las abundantes cabezas de toro disecadas como trofeos, con máscaras africanas, guitarras españolas (que no sabía tocar), copias de esculturas romanas, imitaciones de algunos cuadros famosos y demás elementos que, solo él, consideraba le daban estilo y pregonaban su afición al arte “y a todo lo mejor”. Decía ser un enamorado de la música, pero el piano del rincón era solo un caro adorno desafinado. En su corazón, solo había sitio para los pasodobles.
Soltó la chaqueta americana sobre el sofá y encendiendo la tele, se dirigió al bar para ponerse algo de beber. ¡¡¿Sofía, como es que no hay hielo en la cubitera?!!… gritó. Perdoné el señor, me olvidé. Me olvidé… sudacas de mierda… os dejamos trabajar en el mejor país de mundo y ni eso agradecéis… La muchacha, que ya le conocía cuando llegaba así, huyó a la cocina con el pequeño cubo para el hielo. Encendió un cigarrillo e inspiró y expiró el humo como si le frenara la adrenalina que le inundaba las venas. ¿Viene ese puto hielo?. Nadie contestó. El tamaño de la casa lo justificaba. ¿A qué encima tengo que ir yo?. Le compras un uniforme cojonudo, que tendría que animarla a trabajar, y mira como lo agradece… ¡Zorra de mierda!.
La asistenta volvió a toda prisa y dejó el recipiente con el hielo, en el mostrador, junto al vaso. O sea, ¿qué me lo sirva yo?… lo que te digo… Ella fue a coger la botella, pero él se lo impidió bruscamente. Deja… ya te vale…
como no cambies un poco, Sofía te veo camino de Colombia… Ecuador, señor. ¡Donde sea, joder, no me contradigas!, sentenció Alberto poniendo tres cubitos en el vaso y llenándolo de whisky. No le gustaba mucho, pero era lo que los ricos debían beber. Whisky del bueno. 
Así era, hombre de tópicos y frases hechas, “español, español” como él decía. Mal humorado, mal hablado y putero. Analfabeto funcional, se limitaba a las corridas de toros y el fútbol en televisión todo su entretenimiento. Salía para tomar una copa con los amigos en la capital, de vez en cuando y follarse a una puta cuando no quería llevarla a casa. Derrochador para si mismo y avaro para los demás. Dueño de una ganadería, en Andalucía, que había heredado de su padre, no le faltaba dinero para todos sus caprichos. 
Se sentó en el sofá y, terminando la copa, se sirvió otra más. ¿Le hago algo de cenar, señor?, preguntó la joven desde la desembocadura del pasillo. No, no… ya te puedes ir. Y no llegues tarde mañana, ¿eh?. No estoy para tirar el dinero. Vosotros esto de la crisis como que no lo entendéis, ¿verdad?.
Nadie le contestó porque Sofía cerró la puerta de la calle, por fuera, en aquel instante. Jodidos sudacas… Encendió la televisión y seleccionó el canal taurino. ¡Uahu!, reponían una de las corridas de su torero favorito. Si es que con Franco no pasaba esto. Antitaurinos de mierda… En otros tiempos, les hubieran dado el paseíllo a las tapias del cementerio, que es lo que merecen esos melenudos de mierda. Bebiendo, veía “la fiesta” y en su mente embrutecida y avarienta, la tortura y la sangre, el miedo y el sufrimiento eran arte y saber hacer según antiguas tradiciones. Sus ojos transformaban la burla y el horror, la agonía en los bellos movimientos del capote, el ángulo perfecto en el que entraba la espada hasta el mango, como la bestia se rendía ante el héroe, ¡olé!…

Cuando despertó toda la casa estaba en silencio. El temporizador había apagado automáticamente el televisor y por tanto había dormido unas tres horas. Miró su reloj de oro: las dos y veinte. Unas tres horas y media. Tenía resaca y le dolía ligeramente la cabeza. Le extraño no oír fuera a los perros. A esas horas, correteaban, daban gruñidos, algún pequeño ladrido… pero el silencio era total. Estaban para vigilar y los muy gandules se habían dormido. Intentó levantarse, pero tropezó y cayó de bruces en un sillón, muerto de risa. A ver, “un poquito de por favor”… como decía el de la tele… tengamos calma… Se sentó en ese mismo sillón y encendió un cigarrillo. Miró los monitores de vigilancia y no vio a los animales en ninguno. Se descalzó, tiró los calcetines a voleo, se quitó los pantalones, los calzoncillos y la corbata aflojada para sacarse la camisa, ya menos, blanca. Un poco mareado, salió al jardín y de cabeza, entró en el agua fría de la piscina. El gran chapoteo de Hockney.
¡Dios, esto es lo que necesitaba!, pensó saliendo a la superficie. Está un poco fría, pero espabila a un muerto. Con la barbilla navegando, no veía a los canes y supuso que estaban en la arboleda trasera. La Luna brillaba suave, entre pequeños fragmentos de nubes y las luces amarillentas que iluminaban el jardín. Era raro, pero ni siquiera oía ulular a las lechuzas ni cantar a los grillos. Tan solo sus brazos, agitando las aguas, hacían ruido. ¡Sultán… Nerón…!. Era un hombre típico hasta para el nombre de sus mascotas. Los llamó dos veces más, pero no acudieron.
Subió por la escalerilla y sonrío satisfecho de su cuerpo, aún musculoso y firme. Nadie diría que tenía 45 años, mentía y se mentía, porque en realidad tenía más de 50. Cualquier día de estos le meto un repaso a Sofía, que está muy rica, sí señor. Menudo culo tiene… cualquier día la hacen monumento nacional en Colombia. Al caminar, se sintió el pene rebotando contra el interior de sus muslos y su sensación de masculinidad, de macho dominante, casi salía en pequeñas gotas por su orejas. ¿O era el agua de la piscina?. 

Todas las luces se apagaron de repente. ¡¡Otro jodido apagón!!, ese puto alcalde rojo me va a oír mañana. Tengo que hacer para que le echen. Me tiene hasta los huevos… Tanta tontería de tirar dinero en un centro cultural para dos “mataos”, tanto asfalto nuevo y luego hay cortes de luz día sí y día también. Más tenían que haber limpiado en la Guerra y ahora no tendríamos estos cachorros de comunistas pelanas. Entró en la casa para buscar una toalla y notó que algo se movía entre las sombras. ¿Nerón… Sultán, cuántas veces os he dicho que no podéis entrar en la casa?… Mierda de perros… ¡¡estoy más harto!!. Os voy azotar con la correa… ¡ya veréis!. Se resbaló con los pies mojados y tuvo que sujetarse en la esquina del pasillo. Algo sonó detrás de él. En la oscuridad, un flujo fuerte de aire, un bufido hondo que salía de lo negro. Se volvió a tiempo de ver, por el rabillo del ojo, una masa moverse. Era grande, enorme… lo negro había tapado “demasiados segundos”, demasiado espacio para ser un perro. Se quedó muy quieto esperando, pero aquello lo imitó y no pasó nada en unos instantes. A pesar de estar desnudo y mojado, empezó a sudar de puro miedo. Retrocedió por el pasillo, lentamente, de espaldas, sin dejar de mirar lo que no alcanzaba a ver. Sintió un temblor en el suelo y algo avanzando deprisa y empezó a gritar un grito que era un alarido gritado, un sonido que buscaba salidas, ayudas donde no las había. Un instante después, demoledor, rotundo, el impacto, el golpe arrasador que lo hizo atravesar la puerta del baño, lo convirtió en masa triturada, sanguinolenta y la vez, sin transición, lo sumergió en una oscuridad sorda y total…

El cuerpo lo había encontrado Sofía por la mañana y fue ella la que, horrorizada, llamó al cuartelillo. 
Los dos inspectores y sus ayudantes estudiaron la escena, los objetos de las distintas estancias, midieron, guardaron en bolsitas de plástico transparente. Tenía que haber sido la Guardia Civil la que tomara las notas y recogiera las huellas, pero altas instancias, dada la importancia de la víctima entre ciertos poderes, impusieron a dos renombrados policías nacionales de la capital. Se pensaba, a primera vista que se trataba de un accidente: salió de la piscina con los pies mojados y, al resbalarse y caer, el mismo se clavó, con entrada hacia arriba, el pitón del toro en el cuello.
No me cuadra, Cervera. ¿Se cae en el salón, se clava el cuerno y acaba en la bañera?. No puede ser. Si fue herido allí, habría sangre por el pasillo hasta donde le encontraron. Y dada la zona de la cornada, el cuello, hubiese perdido mucha sangre en el trayecto. Y no hay más sangre que la de la bañera y un poco en la puerta. Sí, Matías. No pudo ser y el forense ha dicho que estaba muy golpeado. Como si le hubiese atropellado un coche… aquí falta algo. La cabeza de toro ensangrentada está lejos y demasiado alta para producir esos golpes. Miraban arriba y abajo los detalles de baño y la puerta destrozada en el suelo. Hacia unos minutos que se habían llevado el cuerpo. Les costó a los chicos del forense sacarlo de la bañera pues el cuerpo parecía no tener huesos.
Volvieron al salón conversando y analizando los hechos. Los policías estaban concluyendo en un robo donde unos demenciados, de alguno de esos países del este, tan extremistas, le habían zurrado a conciencia para robarle. Le remataron con la cabeza de toro que volvieron a colgar, después, en su sitio. El problema era que no se había robado nada, según la sirvienta. Que salvo la puerta del baño y la cortina de la ducha, no había más desperfectos. Que la pequeña caja fuerte estaba cerrada e intacta. Que ninguna puerta había sido forzada y que la alarma no saltó. Que las cámaras de vigilancia del exterior no mostraban a nadie acercándose. Con lo cual, se terminó en un accidente y punto. No se podía explicar de otra manera, según ellos.

Sí, si estamos de acuerdo, decía Cervera bajando por el camino hacia la salida, los dos pondremos lo mismo en el informe y esto se cierra en dos días. No voy a calentarme la cabeza por uno de estos del famoseo. En el exterior, tras la reja de entrada, esperaba un baño de cámaras fotográficas y de video, un mar de cabezas que se hacían sitio y de jirafas con cabeza de esponja para oírlo todo. Por mí, sin problemas, Matías, no estamos para jodernos… cuidado, no vaya a pisar esa mierda de vaca, inspector, dijo antes de que se abriera la valla.

lunes, 29 de agosto de 2016

Si nos quiere de verdad, que se vaya

Como es tan poco español, como nunca sucede por aquí, no se me había ocurrido, pero es cierto: Rajoy puede simplemente irse. Ser verdaderamente responsable y admitir que no cuenta con los apoyos para formar gobierno y marchase. Y, ¿por qué no?, volvámonos locos de verdad, imaginemos que realmente quiere mejorar el país, eliminar la corrupción en su propio partido, mejorar la sanidad y el empleo, eliminar el paro... APOYA la candidatura del PSOE y Podemos. Sí, lo sé, es pura fantasía... ¿pero no es lo que este país necesita?. Un gobierno socialdemócrata con un auténtico interés en lo público y social, que no le diese tanta cancha al poder financiero y que es con lo que la izquierda lleva soñando desde hace años. Lo sé, es solo un sueño... pero, ¿qué quieren?: me acabo de despertar.

jueves, 18 de agosto de 2016

El maldito porcentaje.

En la segunda película de la saga Alien, “Aliens”, una frase subraya quienes son los malos de verdad. Como en el mundo real, una corporación: “al menos ellos no se matan por un maldito porcentaje”. Sí, los aliens son las bestias animales con los instintos típicos, que como cualquier otro depredador, obedecen a su naturaleza. No hay ni bien ni mal en ellos, como no lo hay en un león o en una araña, por muy atroces que nos puedan parecer sus actos. La corporación en cambio, personificada en Carter Burke (personaje interpretado por el estupendo Paul Reiser), movida por intereses económicos, por “el maldito porcentaje”, acaba con la vida - indirectamente como suelen hacerlo todas las corporaciones - de seres humanos, por encima de la inteligencia y la moral que se supone a las asociaciones humanas.
Lo curioso de las corporaciones, por si alguien aún no se ha enterado, es que aunque están formadas por humanos no tienen que, al menos legalmente, tener otro objetivo que el beneficio. Viven para sus accionistas y todo lo demás es secundario. Una metedura de pata antológica fue el hecho de que unos jueces norteamericanos les dieron algunos derechos como personas - jurídicas - pero no las obligaciones que la lógica indicaría. Así no tienen responsabilidad legal por los perjuicios que causen a la sociedad. Al menos en el mundo de fantasía económica en el que vive Estados Unidos. Los europeos, como siempre que suenan las trompetas del Paraíso del Mercado, estamos copiando desde hace años la idea con mayor o menor fidelidad al original.
No creo, sin embargo, que esos monstruos económicos sean los culpables últimos del desastre definitivo hacia el que corremos como locos poseídos. El problema es cada persona, cada individuo que como dice Miguel Lago solo quiere “quitar al otro para ponerme yo”. Es decir, muchos no protestan o se indignan porque millones  de personas mueran de hambre o apenas tengan lo suficiente para vivir. Lo que les corroe, lo que les enfada verdaderamente es que ellos no se están llevando un trozo grande de la tarta.
Y esta motivación que para muchos es esencial, es el motor que impulsa la mayoría de sus actos, normalmente, se mantiene en segundo plano, frecuentemente, en secreto. Sería de agradecer, que al menos, para saber por donde pisamos, se dijera abiertamente: “lo hago por la pasta”. Nada de la lucha por la libertad, la democracia, la paz y todas esas bonitas palabras con las que se llenan la boca. Es, simplemente, pura avaricia. La lucha sin cuartel por “el maldito porcentaje”, la parte del pastel que se llevan cada mes, en cada reparto de beneficios, en cada prima, en cada nómina. Y todas las demás consideraciones quedan postergadas, si no anuladas. Hasta ONGs y organizaciones mundiales, supuestamente humanitarias, se ven inoculadas, de vez en cuando, por el virus del beneficio despiadado.

Sería importante que no perdiéramos este horizonte cuando busquemos las explicaciones de las invasiones de países, el hambre, la destrucción del medio ambiente, el terrorismo, el desempleo…

sábado, 13 de agosto de 2016

Ovejas

A muchos les gusta ser ovejas. No lo expresan así, claro, pero tienen devoción por los uniformes, por lo “normal”, por la “media”. Y lo imponen a los demás. Así ponen uniformes ya en los colegios, porque todo parece “más limpio y ordenado”. Es lo correcto. Todos los alumnos parecen iguales y se diluyen las diferencias. Los que tienen el poder desean, exigen la uniformidad del resto. Los ejércitos uniforman para expresar el poder y la unidad frente a otros. Los deportes uniforman para crear equipos, para marcar la diferencia entre rivales. Y los colores, los uniformes, las banderas marcan las lineas que separan: somos de este colegio, de este ejercito, de este equipo, de este país… y tú no. Somos hombres, sanos, altos, rubios, delgados, de piel clara y tú eres mujer, enfermo, bajo, moreno, gordo, de piel obscura… Eres diferente, por lo tanto tú eres peor que nosotros, proclaman como idiotas.
Las élites dominantes también se marcan para distinguirse, pero  con diferencias mínimas. Si usan uniformes tienen medallas o símbolos que les destacan por encima del resto. Las élites pueden pueden ser diferentes, porque están por encima del resto del grupo uniformado. Los reyes, generales, los capitanes de los equipos llevan marcas que señalan la superioridad dentro del grupo. Pertenecen al rebaño, sí, pero están por encima, mandan, pueden ser más o menos diferentes.
Muchos necesitan esa uniformidad porque les hace sentirse acogidos por el grupo, la seguridad de que tienen gente que está en el mismo colegio, en el mismo equipo. Incluso llevan uniforme - chaqueta, camisa, corbata… - cuando ya nadie les obliga directamente, porque ya han sido adoctrinados y ellos mismos quieren ser del rebaño. Y se unen en colegios profesionales y lo ponen en sus tarjetas para que se sepa que pertenecen a un grupo. Incluso cuelgan en los despachos diplomas que indican en que universidad estuvieron y como destacaron en ella. Y por la noche duermen tranquilos porque la madre-grupo les acoge y son “normales”.
Realmente muchos quieren ser diferentes, especiales, los destacados… pero dentro del grupo. Como matrioskas pertenecen a un colegio, que está dentro de un grupo social, dentro de un barrio, dentro de una ciudad, dentro de un país y de un continente. Así unos excluyen a otros porque no pertenecen al colegio superior (lo de ellos siempre es lo mejor y lo correcto), o no a la misma clase, o por ser de un barrio o una ciudad diferente o de otro país. Aunque les siguen importando, hipócritamente, muchos dicen que ya no hay diferencias por sexo o por raza, pero la verdad es bien visible en cada grupo.
Ahora les separan incluso por lo que consumen: tu bebes este refresco de cola y yo este otro, tú utilizas una marca de teléfono móvil y yo esta otra, tú una clase de automóvil y yo esta otra. Hay millones que que conducen ese modelo, pero ellos se diferencian de los “pobres e insignificantes” que conducen autos más baratos.
Y esos uniformes siempre han separado y jamás unido a las personas. “Divide y vencerás”. Los hábitos de unos monjes les separaban de los monjes de otra congregación, incluso dentro de la misma religión… que por supuesto era “más y mejor” que otra religión. Y como su grupo, su ejercito, su equipo, su país es “el superior, el correcto, el que tiene que ganar”, se hace lo que haya que hacer para que los otros pierdan, para que sean menos, para que desaparezcan… para que mueran. Porque ellos son los malos, los perdedores, los equivocados, los pecadores, los culpables, los terroristas… y nosotros no.
Y muchos padres, sin pensarlo siquiera, uniforman a sus hijos para que sean “como los demás, pero diferentes a la masa, iguales entre sí, pero superiores al resto”… Incluso les parece bien que los separen dentro del colegio: niños en un sitio y niñas en otro. Porque, efectivamente, el sexo nos iguala. Con todas las represiones, persecuciones, marginaciones, etc., los humanos somos seres sexuales. Desde los grandes financieros a los mendigos, todos comparten ciertos deseos animales y uno de ellos es el deseo sexual. Y también aquí hay quien intenta “normalizar” desde el principio de los tiempos, intentando decir qué, cómo, dónde y cuándo el sexo es “correcto y aceptable”. Y pasearse por la historia, por el mapamundi de lo sexualmente legal y permitido - no escandaloso ni aberrante - de un país, de un estado a otro, es curioso y sorprendente (a veces, para llorar) y por supuesto cambia de unas épocas a otras.
Los hombres siempre intentan “uniformar, normalizar” al resto de las personas. Un grupo dice que ropa es “correcta, decente, apropiada” y los demás tienen que obedecer o pagan con su libertad o con su vida incluso.
Y desde siempre también, muchos de esos que intentan “estandarizar” al resto no solo quieren que el uniforme, la regla, se lleve por fuera, si no que se interiorice, que se piense igual, que se sienta igual, que se crea lo mismo. Entonces se creó la prensa, la radio, la televisión, el cine… la publicidad y la propaganda, en fin.


Afortunadamente aún tenemos a personas que piensan otra cosa, que no quieren llevar el cabello o las gafas o la ropa como indica un grupo, una corporación, un colegio. Personas que crean el surrealismo o trabajan en ONGs o en grupos de apoyo social o sindicatos o se manifiestan en contra de las creencias que las élites  quieren imponer al rebaño. Gente a las que no le importan las etiquetas y los uniformes, el color de la piel o la religión que el otro profese. Humanos que no quieren ser esas ovejas.

sábado, 30 de julio de 2016

La Ley Seca y la risa

Veía esta mañana en Canal de Historia - no voy a analizar aquí si es realmente Historia o sobre todo propaganda - (es un canal norteamericano disponible en televisiones de pago), un programa sobre la famosa Ley Seca y me dio por pensar (mala costumbre que aún tenemos algunos).

Curiosamente, el día antes, por Internet, escuchaba la opinión sobre el tráfico de drogas de un presidente suramericano. Su idea, que en principio me pareció desproporcionada y absurda, era que las cuestiones de la represión, control y lucha contra el tráfico de drogas se debían, principalmente, a que las drogas contra las que se combatía se producían en América de Sur y, en cambio, poniendo él como ejemplo la Ley Seca, el alcohol se producía en la propia Norteamérica. En principio, descarté la idea por absurdamente exagerada y sin fundamento. Una nueva “conspiración inventada”, me dije. Más tarde, por esa costumbre de pensar que uno padece, recordé en qué países se producen las distintas drogas que hoy se combaten en todo el mundo y en especial en Norteamérica. Y sí, en efecto: ningún país avanzado, rico, occidental (capitalista de pro) es productor de cocaína, opio, etc. Quizá hubiese algo de verdad en aquella afirmación presidencial…

Y vuelvo al programa de Canal de Historia. Evidentemente, al ser un canal que emite ideas estadounidenses solo apoya y difunde ideas positivas y sin ninguna crítica (ni política, ni social, ni histórica) sobre aquel país. Es lógico, ¿no?. Como empresa que es, difunde una “historia” supuestamente entretenida y “vendible”, pero que no tenga problemas con el gobierno de su propio país. Características comunes de cualquier medio de allí, si quiere ganar dinero y no meterse en líos… En fin, que en el programa, como digo, se hablaba de la Ley Seca, que según la Wikipedia fue: “La ley seca, también llamada prohibición, es una controvertida medida que han aplicado ciertos Estados durante la historia, consistente en la ilegalización de fabricación, transporte, importación, exportación y la venta de alcohol”. 
En este programa, en concreto, se hablaba de la Ley Seca en… Estados Unidos. El presentador y los guionistas, con tono burlón y jocoso, entre risas, cuestionaban a personas sobre la Ley Seca mientras bebían alcohol…. en un bar. Comentaban dicha Ley y sus ridículos y catastróficos resultados en aquel país. Lo de "Ley ridícula" lo remarcan varias veces y ponían ejemplos, quizá con el fin de que el espectador acabase pensado que sí, que fue una idiotez de Ley que no condujo más que a mayores problemas y, según el locutor recuerda, “a perdidas en impuestos no recaudados”. No voy a entrar a plantearme si el consumo de alcohol es una droga o no, si hace daño o no a la sociedad y en qué cuantía. Muchos expertos y científicos ya han dado la respuesta hace años. 
Por mi parte me planteo, el dinero que nos gastamos en la lucha contra el narcotráfico, contra qué países y contra qué personas. De qué modo se hace esa lucha. Qué y a quién se reprime y el gasto que ello conlleva. Los “daños colaterales” de la lucha. El programa televisivo, en su análisis de aquellos años, se reía de que todo el mundo consumía alcohol y y señalaba que por el maravilloso “espíritu rebelde norteamericano”, cuanto más se prohibía beber alcohol más lo deseaban los ciudadanos de ese país. Toda una apología de la libertad contra una ley nefasta, lo cual, en principio, parece razonable. Acaba curiosamente la emisión con las peculiares ideas (peculiares no por ser falsas, si no por como se subrayan para burlarse de aquella la ley) de que gracias a la Ley Seca, en los bares clandestinos, la mujer se “hacia igual” a los hombres bebiendo y fumando y que también, como beneficio adicional a la prohibición, se fomentó la música negra llamada jazz. Entre todas esas banalidades, medias ideas y simplificaciones un dato se quedó en mi memoria. Supuestamente, según el programa (supongo que hay datos realmente históricos que lo puedan afirmar o negar), el gobierno de la época envenenó el alcohol y, según los datos que daban, murieron, por ello, unas 100.000 personas. Lógicamente, a estas víctimas hay que sumar los asesinados, ejecutados, etc,  de la lucha misma contra el tráfico clandestino (policias, gánsters, contrabandistas, etc).

La visión inmediata, en cambio, que se tiene, de forma amplia - unánime incluso - sobre el narcotráfico es que se debe perseguir la fabricación, la adulteración, el tráfico, el uso, etc…
Y, analizando todo el conjunto, me planteo: ¿el problema de las malas drogas es que no se pueden gravar con impuestos como se desearía, qué se producen fuera de estados occidentales (capitalistas y bien intencionados),  qué no se pueden refinar, mejorar, o controlar si están legalizadas…?. No estoy, en principio, a favor de legalizar esas malas drogas o su consumo, solo me pregunto: ¿por qué unas si y otras no, qué perjuicios y/o beneficios producen las dos posturas y a qué países, intereses y personas benefician y/o perjudican cualquiera de las dos opciones?. ¿Entre el “sí” y el “no” hay alguna vía?. Y lo más terrible de todo: ¿a qué gobiernos, ejércitos, guerrillas, corporaciones, instituciones, partidos, grupos… beneficia el daño actual que hace el narcotráfico?. 
Realmente no conozco las respuestas. Sé que hay millones de estudios de los perjuicios del consumo de algunas sustancias prohibidas y que su tráfico se combate desde hace mucho. Evidentemente, cuestión que no ofrece dudas a cualquier ser humano mínimamente racional, cualquier droga con efecto mortal inmediato (o sea, veneno) ha de estar por siempre prohibida  (a pesar de esta lógica aplastante: “lo que mata inmediatamente ha de estar prohibido”, las armas se venden al público legalmente en algunos países y no pasa nada). 
Las conclusiones por ahora saltan, más o menos, de unas posiciones a otras. Si recordamos la Historia: el alcohol se prohibió y ahora se “consiente” (¿quizá se impulsa y fomenta?) de forma moderada, controlada y gravada con impuestos… el consumo del tabaco, en general, se prohibe en sitios público, pero no privados… la marihuana en algunos países se permite de forma controla o/y terapéutica… el café es ampliamente permitido… 


Lo mismo, como decía el antiguo sabio, todo dependen de la dosis.

sábado, 16 de abril de 2016

Al otro lado

En la isla que movemos,
eres mi Sancho,
mi reverso,
la pieza que me completa,
la mano.

Matrioska y Maga,
la sombra
o Cervantes
en el pliegue del tiempo
y el espacio,
somos,
soy,
mi amor y mi reflejo,
el laberinto
del nombre de la rosa,
del resplandor,
de la rayuela.

Mi Alicia,
mi espejo,
del espejo.

domingo, 3 de abril de 2016

Harto

Harto de que nos revuelvan en basura
de que nos arrastren por calles amarillas,
asqueado de que nos metan en circunferencias
o cuadrados perfectos,
de que nos pongan etiquetas y marcas,
de que nos clasifiquen en archivos y cajitas.
Hastiado de sentirme culpable,
de tantas mentiras inventadas,
de tantas religiones tristes y agobiantes,
harto.

Colmado de sacerdotes y reyes,
dueños de verdades infalibles,
que hablan en nombre de dioses hechos a medida
de sus sueños y grandes esperanzas,
de amor prefabricado.
Ahogado por tanto arte correcto y confortable,
cínicas representaciones,
que calman conciencias
y justifican crímenes,
con almohadas bienpensantes.

Deseando romper conciencias y cristales
golpear en saciados estómagos repletos,
empujarlos al abismo para que vean
el otro lado,
el hambre de los ojos
en los niños explotados,
que cosen día a día la moda que llevas
con orgullo
y la cabeza alta que arrasaría con ganas
con la misma lija de miedo y pobreza,
para que vieras más allá,
para que por fin abrieras tu mente
y te revolvieras en tu sillón sueco de diseño.

Anhelando hacerte comer tus CDs
de música barata y digerible
que nada te dice o enseña,
queriendo quemar las películas que te aleccionan
y te venden sueños imposibles que anestesian,
que te dejan dormir plácidamente,
para que puedas esconder la culpa
de la que ellos mismos te cuelgan,
detrás de una risa o un deseo
maravillosamente romántico.

Ansiando escupir a tus iconos,
a tus super-héroes fáciles y maniqueos,
a tu comida de plástico
que mata y te mata con desprecio.
Deseando clavarte en mitad de la espalda
tus tijeras de censura farisea,
apuñalarte con borradores y tintas de tachar,
con las que te encanta, invidente borracho,
cegar a la gente.

Desviviéndome por achicharrar tus televisiones y radios,
que te adormecen en océanos de vacío
y horas perdidas,
entre compras frenéticas, rituales,
compulsivas,
bajo el lema “la incultura, ¡qué dicha!”.
Soñando con destruir empresas y partidos,
ambiciones gigantescas desmedidas,
consejos consultivos
y departamentos de recursos humanos.
Suspirando por rasgar bellezas circulares
y perfectas,
y medidas adecuadas
de tallas para niñas bien,
alocadas por cantantes de voz de azúcar 
y párpados que se cierran lentamente
para soltar lágrimas de gelatina,
llenos de libertad comedida
y sentimientos puros y blancos.

¡Qué hastío!,
de sexo correcto y amores blandos,
de juegos al escondite contigo y conmigo,
¡qué harto!,
de conmemoraciones y homenajes hipócritas,
de recuerdos que intentan olvidar
como asesinamos, quemamos y enterramos,
pueblos y niños
para ganar más y más,
con bombas monstruosas
que arrancaron pieles y familias,
en nombre de religiones
y sectas negras y malditas,
en nombre de escudos heráldicos
y vomitivas dinastías.


¡Qué harto!.