lunes, 12 de octubre de 2015

Dueto de las flores. Lakmé - Delibes


Fabiola VII

Fabiola, afortunadas las habas que plantaste porque tocaron tus manos. Dichoso lo que creas porque sale de tu pensamiento y tu vientre. Porque todo lo haces bello y amado. Y así, cuando sonríes, tus ideas son cantos a la imaginación que admiro, gestos de cariño que repartes, como una diosa bondadosa, entre los que gozamos a tu lado. Tu nombre dice que vienes de los antiguos Fabios y tu porte perfecto, de hermosa matrona romana, lo confirma, Fabiola. Te extraño.

Fabiola VI

La adivino levantándose de la cama como una grácil ninfa surgiendo de las aguas, maravillosamente desnuda y sugerente. Y la pienso buscando esa primera ducha y vuelvo a tener celos del agua tibia que la recorre, que acaricia su cuerpo deseado y suave. Ese agua que envidio por rozar sus curvas, deslizarse hasta sus pies descansando, apenas, en su codo, en su barbilla, bajando dulce por su pubis. Y ahora odio la toalla que la seca sin mi, que besa su piel para llevarse el agua que bebería sediento y apasionado. La veo frente a su espejo secando y peinando su cabello negro, mientras el cristal y yo admiramos ese cuerpo pleno, bello y adulto, de mujer completa y primigenia, creadora y maternal. Y cada reflejo dobla la imagen de su pechos, sus manos que como palomas juegan con su pelo, sus hombros y su cuello tersos que alojan su perfume como besos. 
Se pone una ropa y va a desayunar mientras sigo echándola de menos.

Fabiola V

Sueños en los que nuestro amor, poderoso, se hace eterno e infinito. Un amor grande que lo abarca todo y une continentes y culturas. Donde las razas no importan, donde el dinero carece de valor y los besos son lo más preciado. Donde nuestras manos se unen para crear universos y nuestros ojos comparten el Arte y la belleza. Mundos de música y arquitectura, de poemas dulces y viejas películas en blanco y negro. Donde bailamos abrazados en el salón de una enorme biblioteca, susurrándonos palabras de amor, mientras un pianista, de ojos vendados para no vernos desnudos, toca hermosas melodías de Satie.
Siento que la sigo echando de menos.

Fabiola IV

Y la extraño. Añoro esa risa suave y cantarina, ese acento mexicano, esas palabras llenas de ideas sorprendentes y divertidas que me inspiran poesías y cuentos de final feliz. Esa mente poblada por maíz y paisajes americanos, por números incontables e historias románticas y bequerianas, donde ingenuos cantautores sureños evocan nuestro amor en cada estrofa. Donde vendedores, recién llegados de Macondo, recorren calles polvorientas ofreciendo prodigios de otras tierras: hielo frío, imanes atrayentes, potentes catalejos, máquinas parlantes, elixires de amor inconcebible, brújulas orientadas, amuletos de la suerte inacabable y mapas de tesoros escondidos. Cartas secretas que indican los lugares donde, conquistadores españoles, que, en años olvidados, se perdieron locos en la selva infinita, enterraron riquezas enormes.

Fabiola III

Un piélago dónde ella es la reina de las sirenas y me llama con una seductora canción ancestral de ecos mayas y toltecas. Una melodía que cuenta las hazañas de reyes poderosos y bellas princesas que los hincaban de rodillas, arrebatados por la belleza de sus cuerpos selváticos y tropicales. Historias de pirámides y serpientes emplumadas, de aves fabulosas y jaguares espléndidos, reinando en antiguos y pétreos templos. Una nana con la que se arrulla para perderse, nocturna, en la conciencia, mientras yo la sigo echando de menos.

Fabiola II

Celos de esa almohada a la que abraza, a la que besa, en sueños. Ese pequeño colchón que roza su cara y sus labios, en el que reclina su cabeza mientras se duerme imaginando amaneceres dorados y cálidos. Y envidio esa cama que la sostiene y arropa, que la envuelve en abrazos, en una confusión de tela y sueños. Ese océano textil donde mi amada sumerge su pensamiento, en un buceo onírico y sensualmente húmedo, lejos de la conciencia del día. Un mar de maravillas, con atardeceres suaves y nubes anaranjadas, donde los pájaros cantan dichosos nuestro amor y las flores se levantan alborozadas.

Fabiola I

Me despierto y pienso en Fabiola. La imagino entrando en su alcoba y desnudándose para dormir. Sé que realmente no duerme sin ropa, pero me encanta imaginarla así, deslizando sus braguitas por su culo precioso, por sus muslos suaves y poderosos. Pienso en sus senos liberados del sostén y sus pezones endurecidos porque me desean en la distancia. Después me atacan los celos. Los celos de esas sabanas que rozan ese cuerpo magnífico de madre de la tierra. Ese cuerpo dorado por mil soles, hijo del calor y del mar. Y envidio ese tejido que acaricia su espalda tersa, sus curvas sinuosas… y siento cuanto la echo de menos.