A pesar de unas críticas ligeramente favorables, “La visita” me ha defraudado mucho. La moda de los “falsos auto-documentales”, que inicio popularmente “El proyecto de la bruja de Blair”, continuaron otras como “Paranormal activity”, etc., (sin olvidar la incursión española con la saga “Rec” - nosotros que hemos obviado la mayoría de las corrientes cinematográficas sí que acogemos la peor-) me parece realmente absurda y limitadora para cualquier film. Si quiero ver - que no es el caso - videos hechos por jóvenes con acné sobre sus amigos y familia, ya los buscaré en Youtube y no entraré en un cine. Ese forzar las secuencias para que parezcan rodadas por adolescentes (que algún “lumbreras” creyó que asustaría más al espectador al pensar - erróneamente - que era más real) lleva a desastres como la cinta de la que hablamos.
Con un buen planteamiento inicial - los niños de visita en casa de los abuelos -, el señor Shyammalan demuestra una lamentable falta de ideas que ya arrastra desde “La joven del agua”. El creador de aquel guión estupendo, sorprendente y misterioso de “El sexto sentido” nos ha traído a un cine que sí, que parece hecho por un adolescente que no tiene claras las ideas. Cine de un adolescente para adolescentes.
Recurriendo al antiguo susto inesperado facilón, la película aburre desde los primeros minutos y parece no despegar nunca. La falta de inteligencia es palpable y los toques de humor, bastante burdos, no llegan a compensar la trama para obtener algo interesante. La niña protagonista, cineasta aficionada pero con sólidos conocimientos de montaje e iluminación, tiene una cámara que parece de titanio ya que no se estropea por más que se caiga, a juego con la cámara de fotos de su hermano, igual de irrompible. Sin venir a cuento, se ruedan planos del paisaje que ningún niño tomaría nunca, pero que nuestro director necesita por cuestiones de ritmo. Ambos críos dominan perfectamente los encuadres y las posiciones de cámara… En fin una realización lamentable que destroza la supuesta “realidad” del documental.
Las posibilidades que podrían dar unos abuelos extraños y sutilmente inquietantes acaban siendo unos ancianos que parecen bajo los efectos del L.S.D., lo cual es más simplón y barato de rodar. Sugerencias que no se concretan ni explican (el horno, la figura ahorcada, etc), aparecen sin orden ni concierto y con una falta de arte que realmente decepciona en conjunto. El remate son los acentos pueriles como el niño rapero, la banda sonora que se supone usa la protagonista, el pañal en la cara… Como ya ha señalado algún crítico, al final uno tiene la sensación de haber sido timado.
El director nacido en la India no acaba de encontrar su camino y va dando bandazos en una carrera irregular que, si no encauza, hará que pronto se olvide aquel taquillazo del niño que en ocasiones veía muertos.