sábado, 23 de enero de 2016

Shyamalan sigue perdido



A pesar de unas críticas ligeramente favorables, “La visita” me ha defraudado mucho. La moda de los “falsos auto-documentales”, que inicio popularmente “El proyecto de la bruja de Blair”, continuaron otras como “Paranormal activity”, etc., (sin olvidar la incursión española con la saga “Rec” - nosotros que hemos obviado la mayoría de las corrientes cinematográficas sí que acogemos la peor-) me parece realmente absurda y limitadora para cualquier film. Si quiero ver - que no es el caso - videos hechos por jóvenes con acné sobre sus amigos y familia, ya los buscaré en Youtube y no entraré en un cine. Ese forzar las secuencias para que parezcan rodadas por adolescentes (que algún “lumbreras” creyó que asustaría más al espectador al pensar - erróneamente - que era más real) lleva a desastres como la cinta de la que hablamos.
Con un buen planteamiento inicial - los niños de visita en casa de los abuelos -, el señor Shyammalan demuestra una lamentable falta de ideas que ya arrastra desde “La joven del agua”. El creador de aquel guión estupendo, sorprendente y misterioso de “El sexto sentido” nos ha traído a un cine que sí, que parece hecho por un adolescente que no tiene claras las ideas. Cine de un adolescente para adolescentes.
Recurriendo al antiguo susto inesperado facilón, la película aburre desde los primeros minutos y parece no despegar nunca. La falta de inteligencia es palpable y los toques de humor, bastante burdos, no llegan a compensar la trama para obtener algo interesante. La niña protagonista, cineasta aficionada pero con sólidos conocimientos de montaje e iluminación, tiene una cámara que parece de titanio ya que no se estropea por más que se caiga, a juego con la cámara de fotos de su hermano, igual de irrompible. Sin venir a cuento, se ruedan planos del paisaje que ningún niño tomaría nunca, pero que nuestro director necesita por cuestiones de ritmo. Ambos críos  dominan perfectamente los encuadres y las posiciones de cámara… En fin una realización lamentable que destroza la supuesta “realidad” del documental. 
Las posibilidades que podrían dar unos abuelos extraños y sutilmente inquietantes acaban siendo unos ancianos que parecen bajo los efectos del L.S.D., lo cual es más simplón y barato de rodar. Sugerencias que no se concretan ni explican (el horno, la figura ahorcada, etc), aparecen sin orden ni concierto y con una falta de arte que realmente decepciona en conjunto. El remate son los acentos pueriles como el niño rapero, la banda sonora que se supone usa la protagonista, el pañal en la cara… Como ya ha señalado algún crítico, al final uno tiene la sensación de haber sido timado.

El director nacido en la India no acaba de encontrar su camino y va dando bandazos en una carrera irregular que, si no encauza, hará que pronto se olvide aquel taquillazo del niño que en ocasiones veía muertos.


domingo, 10 de enero de 2016

Los amorosos

Los amorosos callan. 
El amor es el silencio más fino, 
el más tembloroso, el más insoportable. 
Los amorosos buscan, 
los amorosos son los que abandonan, 
son los que cambian, los que olvidan. 

Su corazón les dice que nunca han de encontrar, 
no encuentran, buscan. 
Los amorosos andan como locos 
porque están solos, solos, solos, 
entregándose, dándose a cada rato, 
llorando porque no salvan al amor. 

Les preocupa el amor. Los amorosos 
viven al día, no pueden hacer más, no saben. 
Siempre se están yendo, 
siempre, hacia alguna parte. 
Esperan, 
no esperan nada, pero esperan. 

Saben que nunca han de encontrar. 
El amor es la prórroga perpetua, 
siempre el paso siguiente, el otro, el otro. 
Los amorosos son los insaciables, 
los que siempre -¡que bueno!- han de estar solos. 
Los amorosos son la hidra del cuento. 

Tienen serpientes en lugar de brazos. 
Las venas del cuello se les hinchan 
también como serpientes para asfixiarlos. 
Los amorosos no pueden dormir 
porque si se duermen se los comen los gusanos. 
En la oscuridad abren los ojos 
y les cae en ellos el espanto. 
Encuentran alacranes bajo la sábana 
y su cama flota como sobre un lago. 

Los amorosos son locos, sólo locos, 
sin Dios y sin diablo. 
Los amorosos salen de sus cuevas 
temblorosos, hambrientos, 
a cazar fantasmas. 
Se ríen de las gentes que lo saben todo, 
de las que aman a perpetuidad, verídicamente, 
de las que creen en el amor 
como una lámpara de inagotable aceite. 

Los amorosos juegan a coger el agua, 
a tatuar el humo, a no irse. 
Juegan el largo, el triste juego del amor. 
Nadie ha de resignarse. 
Dicen que nadie ha de resignarse. 
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación. 
Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla, 
la muerte les fermenta detrás de los ojos, 
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada 
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente. 

Les llega a veces un olor a tierra recién nacida, 
a mujeres que duermen con la mano en el sexo, 
complacidas, 
a arroyos de agua tierna y a cocinas. 
Los amorosos se ponen a cantar entre labios 
una canción no aprendida, 
y se van llorando, llorando, 
la hermosa vida.

Jaime Sabines.

domingo, 3 de enero de 2016

La desventura del soltero

"Parece tan grave quedarse soltero, y, de viejo, guardando a duras penas la dignidad, pedir acogida cuando se quiere pasar una velada con gente, estar enfermo y, desde el rincón de la propia cama, contemplar semana tras semana la habitación vacía, despedirse siempre ante el portal de la casa, no subir nunca la escalera junto a la propia mujer, tener en la habitación tan solo puertas laterales que comunican con habitaciones ajenas, llevarse la cena a casa en una mano, tener que admirar hijos ajenos sin que a uno le permitan repetir una y otra vez: "Yo no tengo", componerse un aspecto y un comportamiento calcados sobre uno o dos solteros de nuestros recuerdos de juventud.
Y así será, solo que, en realidad, hoy y en adelante será uno mismo quien esté ahí, con un cuerpo y una cabeza de verdad, y, por tanto, también un frente para golpeársela con la mano".

Franz Kafka.