atisbé la llegada de las sombras,
reptando sobre adoquines sucios
y miradas apagadas.
Alguien gritó
y las voces
doblaron las esquinas
indignadas.
Era de justicia.
En un muro gris,
las letras negras
aún chorreaban
lágrimas de tinta opaca.
Contra la puerta
se agolpaban
muebles y cuerpos
para no salir
para que no entraran.
Una señora que lloraba.
Cuando cerró la noche,
solo quedó la casa
precintada.
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