lunes, 5 de septiembre de 2016

Pitones

      Puede que tuvieran razón, pero me daba igual. El negocio es el negocio y no voy a perder millones por unos cuantos gilipollas sensibles… pensaba Alberto mientras entraba por el portón verde del garaje, conduciendo su deportivo negro. La mansión era enorme y justo detrás de la valla, a la izquierda del camino, en cuesta, de entrada, sorprendía la enorme piscina azulada. La propiedad era grande incluso para esa rica zona del norte de Madrid. Alrededor del vaso rectangular, una zona antideslizante con tumbonas y sombrillas y algo más allá, el edificio, de un estilo andaluz trasnochado. Unos árboles se recortaban en el bosquecillo, su capricho, de la parte trasera. En realidad, no tenía que haber aceptado la entrevista en esa puta radio, pero he humillado a esa idiota de locutora… “que los toros sufren”, decía… estuve a punto de contestarle ¡qué se jodan!, pero no hubiera quedado “políticamente correcto”, dijo en voz alta esta última frase, agudizando el tono como burla… ¡ay que joderse en que tiempos vivimos!.
Los doberman salieron a recibirle y con unas caricias de trámite, entró con paso enfadado en la casa. Notó con alivio el frescor del aire acondicionado. “Su pequeño refugio”, según vendía, con falsa modestia, a amigos y periodistas. Su gusto decorando era pésimo y heterogéneo. Se mezclaban las abundantes cabezas de toro disecadas como trofeos, con máscaras africanas, guitarras españolas (que no sabía tocar), copias de esculturas romanas, imitaciones de algunos cuadros famosos y demás elementos que, solo él, consideraba le daban estilo y pregonaban su afición al arte “y a todo lo mejor”. Decía ser un enamorado de la música, pero el piano del rincón era solo un caro adorno desafinado. En su corazón, solo había sitio para los pasodobles.
Soltó la chaqueta americana sobre el sofá y encendiendo la tele, se dirigió al bar para ponerse algo de beber. ¡¡¿Sofía, como es que no hay hielo en la cubitera?!!… gritó. Perdoné el señor, me olvidé. Me olvidé… sudacas de mierda… os dejamos trabajar en el mejor país de mundo y ni eso agradecéis… La muchacha, que ya le conocía cuando llegaba así, huyó a la cocina con el pequeño cubo para el hielo. Encendió un cigarrillo e inspiró y expiró el humo como si le frenara la adrenalina que le inundaba las venas. ¿Viene ese puto hielo?. Nadie contestó. El tamaño de la casa lo justificaba. ¿A qué encima tengo que ir yo?. Le compras un uniforme cojonudo, que tendría que animarla a trabajar, y mira como lo agradece… ¡Zorra de mierda!.
La asistenta volvió a toda prisa y dejó el recipiente con el hielo, en el mostrador, junto al vaso. O sea, ¿qué me lo sirva yo?… lo que te digo… Ella fue a coger la botella, pero él se lo impidió bruscamente. Deja… ya te vale…
como no cambies un poco, Sofía te veo camino de Colombia… Ecuador, señor. ¡Donde sea, joder, no me contradigas!, sentenció Alberto poniendo tres cubitos en el vaso y llenándolo de whisky. No le gustaba mucho, pero era lo que los ricos debían beber. Whisky del bueno. 
Así era, hombre de tópicos y frases hechas, “español, español” como él decía. Mal humorado, mal hablado y putero. Analfabeto funcional, se limitaba a las corridas de toros y el fútbol en televisión todo su entretenimiento. Salía para tomar una copa con los amigos en la capital, de vez en cuando y follarse a una puta cuando no quería llevarla a casa. Derrochador para si mismo y avaro para los demás. Dueño de una ganadería, en Andalucía, que había heredado de su padre, no le faltaba dinero para todos sus caprichos. 
Se sentó en el sofá y, terminando la copa, se sirvió otra más. ¿Le hago algo de cenar, señor?, preguntó la joven desde la desembocadura del pasillo. No, no… ya te puedes ir. Y no llegues tarde mañana, ¿eh?. No estoy para tirar el dinero. Vosotros esto de la crisis como que no lo entendéis, ¿verdad?.
Nadie le contestó porque Sofía cerró la puerta de la calle, por fuera, en aquel instante. Jodidos sudacas… Encendió la televisión y seleccionó el canal taurino. ¡Uahu!, reponían una de las corridas de su torero favorito. Si es que con Franco no pasaba esto. Antitaurinos de mierda… En otros tiempos, les hubieran dado el paseíllo a las tapias del cementerio, que es lo que merecen esos melenudos de mierda. Bebiendo, veía “la fiesta” y en su mente embrutecida y avarienta, la tortura y la sangre, el miedo y el sufrimiento eran arte y saber hacer según antiguas tradiciones. Sus ojos transformaban la burla y el horror, la agonía en los bellos movimientos del capote, el ángulo perfecto en el que entraba la espada hasta el mango, como la bestia se rendía ante el héroe, ¡olé!…

Cuando despertó toda la casa estaba en silencio. El temporizador había apagado automáticamente el televisor y por tanto había dormido unas tres horas. Miró su reloj de oro: las dos y veinte. Unas tres horas y media. Tenía resaca y le dolía ligeramente la cabeza. Le extraño no oír fuera a los perros. A esas horas, correteaban, daban gruñidos, algún pequeño ladrido… pero el silencio era total. Estaban para vigilar y los muy gandules se habían dormido. Intentó levantarse, pero tropezó y cayó de bruces en un sillón, muerto de risa. A ver, “un poquito de por favor”… como decía el de la tele… tengamos calma… Se sentó en ese mismo sillón y encendió un cigarrillo. Miró los monitores de vigilancia y no vio a los animales en ninguno. Se descalzó, tiró los calcetines a voleo, se quitó los pantalones, los calzoncillos y la corbata aflojada para sacarse la camisa, ya menos, blanca. Un poco mareado, salió al jardín y de cabeza, entró en el agua fría de la piscina. El gran chapoteo de Hockney.
¡Dios, esto es lo que necesitaba!, pensó saliendo a la superficie. Está un poco fría, pero espabila a un muerto. Con la barbilla navegando, no veía a los canes y supuso que estaban en la arboleda trasera. La Luna brillaba suave, entre pequeños fragmentos de nubes y las luces amarillentas que iluminaban el jardín. Era raro, pero ni siquiera oía ulular a las lechuzas ni cantar a los grillos. Tan solo sus brazos, agitando las aguas, hacían ruido. ¡Sultán… Nerón…!. Era un hombre típico hasta para el nombre de sus mascotas. Los llamó dos veces más, pero no acudieron.
Subió por la escalerilla y sonrío satisfecho de su cuerpo, aún musculoso y firme. Nadie diría que tenía 45 años, mentía y se mentía, porque en realidad tenía más de 50. Cualquier día de estos le meto un repaso a Sofía, que está muy rica, sí señor. Menudo culo tiene… cualquier día la hacen monumento nacional en Colombia. Al caminar, se sintió el pene rebotando contra el interior de sus muslos y su sensación de masculinidad, de macho dominante, casi salía en pequeñas gotas por su orejas. ¿O era el agua de la piscina?. 

Todas las luces se apagaron de repente. ¡¡Otro jodido apagón!!, ese puto alcalde rojo me va a oír mañana. Tengo que hacer para que le echen. Me tiene hasta los huevos… Tanta tontería de tirar dinero en un centro cultural para dos “mataos”, tanto asfalto nuevo y luego hay cortes de luz día sí y día también. Más tenían que haber limpiado en la Guerra y ahora no tendríamos estos cachorros de comunistas pelanas. Entró en la casa para buscar una toalla y notó que algo se movía entre las sombras. ¿Nerón… Sultán, cuántas veces os he dicho que no podéis entrar en la casa?… Mierda de perros… ¡¡estoy más harto!!. Os voy azotar con la correa… ¡ya veréis!. Se resbaló con los pies mojados y tuvo que sujetarse en la esquina del pasillo. Algo sonó detrás de él. En la oscuridad, un flujo fuerte de aire, un bufido hondo que salía de lo negro. Se volvió a tiempo de ver, por el rabillo del ojo, una masa moverse. Era grande, enorme… lo negro había tapado “demasiados segundos”, demasiado espacio para ser un perro. Se quedó muy quieto esperando, pero aquello lo imitó y no pasó nada en unos instantes. A pesar de estar desnudo y mojado, empezó a sudar de puro miedo. Retrocedió por el pasillo, lentamente, de espaldas, sin dejar de mirar lo que no alcanzaba a ver. Sintió un temblor en el suelo y algo avanzando deprisa y empezó a gritar un grito que era un alarido gritado, un sonido que buscaba salidas, ayudas donde no las había. Un instante después, demoledor, rotundo, el impacto, el golpe arrasador que lo hizo atravesar la puerta del baño, lo convirtió en masa triturada, sanguinolenta y la vez, sin transición, lo sumergió en una oscuridad sorda y total…

El cuerpo lo había encontrado Sofía por la mañana y fue ella la que, horrorizada, llamó al cuartelillo. 
Los dos inspectores y sus ayudantes estudiaron la escena, los objetos de las distintas estancias, midieron, guardaron en bolsitas de plástico transparente. Tenía que haber sido la Guardia Civil la que tomara las notas y recogiera las huellas, pero altas instancias, dada la importancia de la víctima entre ciertos poderes, impusieron a dos renombrados policías nacionales de la capital. Se pensaba, a primera vista que se trataba de un accidente: salió de la piscina con los pies mojados y, al resbalarse y caer, el mismo se clavó, con entrada hacia arriba, el pitón del toro en el cuello.
No me cuadra, Cervera. ¿Se cae en el salón, se clava el cuerno y acaba en la bañera?. No puede ser. Si fue herido allí, habría sangre por el pasillo hasta donde le encontraron. Y dada la zona de la cornada, el cuello, hubiese perdido mucha sangre en el trayecto. Y no hay más sangre que la de la bañera y un poco en la puerta. Sí, Matías. No pudo ser y el forense ha dicho que estaba muy golpeado. Como si le hubiese atropellado un coche… aquí falta algo. La cabeza de toro ensangrentada está lejos y demasiado alta para producir esos golpes. Miraban arriba y abajo los detalles de baño y la puerta destrozada en el suelo. Hacia unos minutos que se habían llevado el cuerpo. Les costó a los chicos del forense sacarlo de la bañera pues el cuerpo parecía no tener huesos.
Volvieron al salón conversando y analizando los hechos. Los policías estaban concluyendo en un robo donde unos demenciados, de alguno de esos países del este, tan extremistas, le habían zurrado a conciencia para robarle. Le remataron con la cabeza de toro que volvieron a colgar, después, en su sitio. El problema era que no se había robado nada, según la sirvienta. Que salvo la puerta del baño y la cortina de la ducha, no había más desperfectos. Que la pequeña caja fuerte estaba cerrada e intacta. Que ninguna puerta había sido forzada y que la alarma no saltó. Que las cámaras de vigilancia del exterior no mostraban a nadie acercándose. Con lo cual, se terminó en un accidente y punto. No se podía explicar de otra manera, según ellos.

Sí, si estamos de acuerdo, decía Cervera bajando por el camino hacia la salida, los dos pondremos lo mismo en el informe y esto se cierra en dos días. No voy a calentarme la cabeza por uno de estos del famoseo. En el exterior, tras la reja de entrada, esperaba un baño de cámaras fotográficas y de video, un mar de cabezas que se hacían sitio y de jirafas con cabeza de esponja para oírlo todo. Por mí, sin problemas, Matías, no estamos para jodernos… cuidado, no vaya a pisar esa mierda de vaca, inspector, dijo antes de que se abriera la valla.

2 comentarios:

  1. Me llevaste por diferentes sentimientos, principalmente el sentir que el protagonista principal era un ser odioso, molestandome su manera de ser, y en segundo termino, el misterio que atrapa hasta el final. Genial historia, cielo. Felicidades!

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