Harto de que nos revuelvan en basura
de que nos arrastren por calles amarillas,
asqueado de que nos metan en circunferencias
o cuadrados perfectos,
de que nos pongan etiquetas y marcas,
de que nos clasifiquen en archivos y cajitas.
Hastiado de sentirme culpable,
de tantas mentiras inventadas,
de tantas religiones tristes y agobiantes,
harto.
Colmado de sacerdotes y reyes,
dueños de verdades infalibles,
que hablan en nombre de dioses hechos a medida
de sus sueños y grandes esperanzas,
de amor prefabricado.
Ahogado por tanto arte correcto y confortable,
cínicas representaciones,
que calman conciencias
y justifican crímenes,
con almohadas bienpensantes.
Deseando romper conciencias y cristales
golpear en saciados estómagos repletos,
empujarlos al abismo para que vean
el otro lado,
el hambre de los ojos
en los niños explotados,
que cosen día a día la moda que llevas
con orgullo
y la cabeza alta que arrasaría con ganas
con la misma lija de miedo y pobreza,
para que vieras más allá,
para que por fin abrieras tu mente
y te revolvieras en tu sillón sueco de diseño.
Anhelando hacerte comer tus CDs
de música barata y digerible
que nada te dice o enseña,
queriendo quemar las películas que te aleccionan
y te venden sueños imposibles que anestesian,
que te dejan dormir plácidamente,
para que puedas esconder la culpa
de la que ellos mismos te cuelgan,
detrás de una risa o un deseo
maravillosamente romántico.
Ansiando escupir a tus iconos,
a tus super-héroes fáciles y maniqueos,
a tu comida de plástico
que mata y te mata con desprecio.
Deseando clavarte en mitad de la espalda
tus tijeras de censura farisea,
apuñalarte con borradores y tintas de tachar,
con las que te encanta, invidente borracho,
cegar a la gente.
Desviviéndome por achicharrar tus televisiones y radios,
que te adormecen en océanos de vacío
y horas perdidas,
entre compras frenéticas, rituales,
compulsivas,
bajo el lema “la incultura, ¡qué dicha!”.
Soñando con destruir empresas y partidos,
ambiciones gigantescas desmedidas,
consejos consultivos
y departamentos de recursos humanos.
Suspirando por rasgar bellezas circulares
y perfectas,
y medidas adecuadas
de tallas para niñas bien,
alocadas por cantantes de voz de azúcar
y párpados que se cierran lentamente
para soltar lágrimas de gelatina,
llenos de libertad comedida
y sentimientos puros y blancos.
¡Qué hastío!,
de sexo correcto y amores blandos,
de juegos al escondite contigo y conmigo,
¡qué harto!,
de conmemoraciones y homenajes hipócritas,
de recuerdos que intentan olvidar
como asesinamos, quemamos y enterramos,
pueblos y niños
para ganar más y más,
con bombas monstruosas
que arrancaron pieles y familias,
en nombre de religiones
y sectas negras y malditas,
en nombre de escudos heráldicos
y vomitivas dinastías.
¡Qué harto!.
Un poema impactante, fuerte, valiente, lleno de cansancio por la apatía que nos caracteriza a muchos de nosotros, que por lo general no nos gusta ver ni saber del sufrimiento en otros, porque quizá incomoda darnos cuenta que no hacemos nada por remediarlo un poco y que preferimos cerrar los ojos a tantas injusticias, para justificar nuestra indiferencia. Me gusta mucho como escribes y como sientes, me gusta tu pasión en todo lo que haces. Te admiro mucho, mi amor
ResponderEliminarEres un cielo, cariño. Muchas gracias.
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