sábado, 13 de agosto de 2016

Ovejas

A muchos les gusta ser ovejas. No lo expresan así, claro, pero tienen devoción por los uniformes, por lo “normal”, por la “media”. Y lo imponen a los demás. Así ponen uniformes ya en los colegios, porque todo parece “más limpio y ordenado”. Es lo correcto. Todos los alumnos parecen iguales y se diluyen las diferencias. Los que tienen el poder desean, exigen la uniformidad del resto. Los ejércitos uniforman para expresar el poder y la unidad frente a otros. Los deportes uniforman para crear equipos, para marcar la diferencia entre rivales. Y los colores, los uniformes, las banderas marcan las lineas que separan: somos de este colegio, de este ejercito, de este equipo, de este país… y tú no. Somos hombres, sanos, altos, rubios, delgados, de piel clara y tú eres mujer, enfermo, bajo, moreno, gordo, de piel obscura… Eres diferente, por lo tanto tú eres peor que nosotros, proclaman como idiotas.
Las élites dominantes también se marcan para distinguirse, pero  con diferencias mínimas. Si usan uniformes tienen medallas o símbolos que les destacan por encima del resto. Las élites pueden pueden ser diferentes, porque están por encima del resto del grupo uniformado. Los reyes, generales, los capitanes de los equipos llevan marcas que señalan la superioridad dentro del grupo. Pertenecen al rebaño, sí, pero están por encima, mandan, pueden ser más o menos diferentes.
Muchos necesitan esa uniformidad porque les hace sentirse acogidos por el grupo, la seguridad de que tienen gente que está en el mismo colegio, en el mismo equipo. Incluso llevan uniforme - chaqueta, camisa, corbata… - cuando ya nadie les obliga directamente, porque ya han sido adoctrinados y ellos mismos quieren ser del rebaño. Y se unen en colegios profesionales y lo ponen en sus tarjetas para que se sepa que pertenecen a un grupo. Incluso cuelgan en los despachos diplomas que indican en que universidad estuvieron y como destacaron en ella. Y por la noche duermen tranquilos porque la madre-grupo les acoge y son “normales”.
Realmente muchos quieren ser diferentes, especiales, los destacados… pero dentro del grupo. Como matrioskas pertenecen a un colegio, que está dentro de un grupo social, dentro de un barrio, dentro de una ciudad, dentro de un país y de un continente. Así unos excluyen a otros porque no pertenecen al colegio superior (lo de ellos siempre es lo mejor y lo correcto), o no a la misma clase, o por ser de un barrio o una ciudad diferente o de otro país. Aunque les siguen importando, hipócritamente, muchos dicen que ya no hay diferencias por sexo o por raza, pero la verdad es bien visible en cada grupo.
Ahora les separan incluso por lo que consumen: tu bebes este refresco de cola y yo este otro, tú utilizas una marca de teléfono móvil y yo esta otra, tú una clase de automóvil y yo esta otra. Hay millones que que conducen ese modelo, pero ellos se diferencian de los “pobres e insignificantes” que conducen autos más baratos.
Y esos uniformes siempre han separado y jamás unido a las personas. “Divide y vencerás”. Los hábitos de unos monjes les separaban de los monjes de otra congregación, incluso dentro de la misma religión… que por supuesto era “más y mejor” que otra religión. Y como su grupo, su ejercito, su equipo, su país es “el superior, el correcto, el que tiene que ganar”, se hace lo que haya que hacer para que los otros pierdan, para que sean menos, para que desaparezcan… para que mueran. Porque ellos son los malos, los perdedores, los equivocados, los pecadores, los culpables, los terroristas… y nosotros no.
Y muchos padres, sin pensarlo siquiera, uniforman a sus hijos para que sean “como los demás, pero diferentes a la masa, iguales entre sí, pero superiores al resto”… Incluso les parece bien que los separen dentro del colegio: niños en un sitio y niñas en otro. Porque, efectivamente, el sexo nos iguala. Con todas las represiones, persecuciones, marginaciones, etc., los humanos somos seres sexuales. Desde los grandes financieros a los mendigos, todos comparten ciertos deseos animales y uno de ellos es el deseo sexual. Y también aquí hay quien intenta “normalizar” desde el principio de los tiempos, intentando decir qué, cómo, dónde y cuándo el sexo es “correcto y aceptable”. Y pasearse por la historia, por el mapamundi de lo sexualmente legal y permitido - no escandaloso ni aberrante - de un país, de un estado a otro, es curioso y sorprendente (a veces, para llorar) y por supuesto cambia de unas épocas a otras.
Los hombres siempre intentan “uniformar, normalizar” al resto de las personas. Un grupo dice que ropa es “correcta, decente, apropiada” y los demás tienen que obedecer o pagan con su libertad o con su vida incluso.
Y desde siempre también, muchos de esos que intentan “estandarizar” al resto no solo quieren que el uniforme, la regla, se lleve por fuera, si no que se interiorice, que se piense igual, que se sienta igual, que se crea lo mismo. Entonces se creó la prensa, la radio, la televisión, el cine… la publicidad y la propaganda, en fin.


Afortunadamente aún tenemos a personas que piensan otra cosa, que no quieren llevar el cabello o las gafas o la ropa como indica un grupo, una corporación, un colegio. Personas que crean el surrealismo o trabajan en ONGs o en grupos de apoyo social o sindicatos o se manifiestan en contra de las creencias que las élites  quieren imponer al rebaño. Gente a las que no le importan las etiquetas y los uniformes, el color de la piel o la religión que el otro profese. Humanos que no quieren ser esas ovejas.

2 comentarios:

  1. Yo no quiero ser oveja, cielo, quiero ser como esa minoría que es libre y que busca en su interior romper cadenas e intenta ayudar en su camino a otros. Me encanta como siempre tu apasionante sentir sobre la opresión, la injusticia y el dominio del poder... ♥

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