miércoles, 12 de marzo de 2014

El Resplandor o el laberinto de la locura

En plena madurez creativa y cuando ya no tiene que rendir cuentas ante nadie, gracias al éxito de crítica y público de sus anteriores películas (ya era libre y no tenía que responder ni justificarse ante los estudios, Kirk Douglas, etc.), Stanley Kubrick crea “El resplandor” (1980). Quizá las últimas trabas, las últimas cadenas las rompió en 1968 con “2001, una odisea en el espacio” y sabe que ahora puede hacer, que puede crear como quiera, sin límites, prácticamente, de tiempo y de dinero. Seguramente los estudios y sus directivos pensaron, acertadamente, que ante semejante gallina de los huevos de oro era mejor, para todos, dejarle hacer y en esta cinta, como ya ocurre, más o menos, en las previas “La naranja mecánica” y “Barry Lyndon”, el director goza de unas libertades creativas muy raras en la producción cinematográfica de la época o en la actual.
Ante semejante página en blanco, se pone a contar la historia del libro de Stephen King pero, como artista independiente, rebelde e iconoclasta, utiliza el libro literalmente como le da la gana (lo que, lógicamente, enfurece, hasta nuestros días, al famoso y popular escritor). El cineasta, amante del ajedrez, de los puzles, de los símbolos, no solo narra, aproximadamente, la historia original con los cambios que le parecen oportunos si no que, como es habitual en él, nos cuenta más historias dentro de la historia, añade más mensajes dentro del mensaje aparente. 
En los tiempos que corren, además de lo evidente, lo que se puede justificar razonablemente con la visión de la cinta, hay hoy mil especulaciones con los mensajes secretos y se formulan teorías ocultistas, mágicas, sobrenaturales en relación a “El resplandor” y a su autor. Intentando centrarnos en lo que está más justificado (por la historia, por la crítica, por la trayectoria y filmografía, por la biografía de Kubrick, por la técnica en sí) e intentando no irme por las ramas reales o inventadas, puedo encontrar un argumento, una trama secundaría, a mi parecer, bastante evidente y que ya ha sido apuntada por más de un crítico de cine: el viaje a la locura del protagonista y el arrastre de su mujer y de su hijo (con el jefe de cocina como víctima colateral) a la locura. Sin que haya acudido a explicaciones psicológicas o psiquiátricas de doctores en estas especialidades, si podemos ver, fácilmente, el paso gradual del estado, aparentemente, normal del protagonista (teniendo en cuenta de que hay una versión de la película emitida en Estados Unidos en la que a Jack Torrance se le atribuye un pasado de alcoholismo, en teoría ya superado, pero que se apunta, sabiamente, en la desesperación del protagonista en la primera escena del bar, de la sala de baile - me parece curioso que Kubrick solo intentara justificar al protagonista en aquel país, público quizá más necesitado de explicaciones -) a una demencia asesina y psicópata.
     Esta trama secundaria, como ya nos pasa también en “2001”, no solo la experimenta el personaje si no que el cineasta intenta hacerla vivir al espectador. Empresa, en principio, difícil, pero que Stanley Kubrick sostiene con la música, con el argumento, con los diálogos, la dirección de actores y con los detalles a lo largo de todo el metraje. 
La banda sonora, más allá de remarcar como es habitual en las películas de terror, los momentos de tensión, evoca el pasado, posibles espíritus o fantasmas (el hotel está construido sobre un cementerio indio y hay múltiples detalles alusivos a ellos en la decoración) y situación psicológica de los personajes. 
En el argumento vemos un incremento paulatino desde lo racional y justificado hasta un cumulo de preguntas sin respuestas, posibles explicaciones abiertas, sucesos extraños y terroríficos, intencionadas contradicciones y saltos en el tiempo y en la lógica. Esta maraña argumental, a mi parecer totalmente buscada, crea en la mente del espectador una aproximación a ese estado que vive el protagonista. Hay situaciones que se repiten, con más o menos precisión - una expedición perdida comete canibalismo y un nuevo vigilante vuelve a cometer crímenes, el texto que escribe el protagonista se repite demencialmente -, la historia es lineal y circular al tiempo -hay un comienzo y un fin, pero se apunta a que la historia ya pasó exactamente igual en otro tiempo, con el mismo o con otro personaje -, la trayectoria del protagonista es concreta y realista y, al mismo tiempo, confusa y atemporal, hay personajes que parecen estar sin estarlo - las gemelas, la mujer de la bañera, los asistentes a la fiesta, los personajes en las habitaciones -, el sexo no se mantiene dentro de lo correcto - nunca se ve ni se insinúa el sexo en el matrimonio principal -, se corrompe en el tiempo y desde la sugerencia - el protagonista se queda mirándolas cuando le van a enseñar su habitación - al ver a unas empleadas del hotel al comienzo del film, hasta una pareja que hace sexo “raro” en una de las habitaciones cerca del final, pasando por una joven que se hace vieja y cadavérica cuando se la besa, etc…
Los diálogos, en principio coherentes y racionales, se van corrompiendo, complicando, alocando según transcurre el film. De una entrevista normal, sencilla y habitual para la situación llegamos al culmen de la locura en el dialogo del baño de la sala de baile. En este caso, el nuevo vigilante del hotel habla con el anterior vigilante, que está muerto, pero que le dice al protagonista, que por otra parte no se horroriza ante lo que escucha, que en realidad… evidentemente es un lío sin sentido que destruye toda lógica y sentido.
Es conocida la presión del director sobre la actriz protagonista, que en el film sobre el rodaje realizado por Vivian Kubrick, hija de Stanley, aparece realmente trastornada por las manipulaciones. El resultado es palpable en la cinta y ella misma reconoce que Kubrick la llevó al estado y actuación él buscaba. Además de las habituales correcciones y llamadas de atención, al parecer se le daba ordenes contradictorias, la forzaba con numerosas repeticiones - algo habitual en el director -, mantenía una actitud de desprecio hacia ella para que se sintiera deshumanizada y apartada del aprecio del equipo… si creemos lo que ella misma cuenta, pero que podemos suponer como una de las “técnicas” de él para llegar a la meta con una actriz de tercera fila (si no totalmente desconocida). Con la sabía elección de actores de Kubrick - a esas alturas de su filmografía y dada la fama acumulada, hubiese podido tener en el reparto a la mayoría de las estrellas femeninas del momento -, bien podemos pensar que la eligió precisamente por su carácter frágil y manipulable, lo que conseguiría de ella una actuación más creíble y realista. El uso de un matrimonio en “Eyes wide shut” nos habla también de la utilización al servicio de la película de la situación psicológica, en la vida real, de los actores.
Se apoya también Kubrick en aparentes fallos de continuidad (muebles que aparecen y desaparecen - silla y otros enseres detrás del protagonista en una escena ante la máquina de escribir -, objetos que se repiten en diversos lugares - hay dos automóviles protagonistas idénticos, uno amarillo y otro rojo -, cambios de apariencia y/o color - la máquina de escribir -, referencias más o menos escondidas a los nativos americanos - los cuadros, carteles, latas de comida -, etc, etc, etc…), pero dada la meticulosidad y la precisión del director me cuesta mucho creer que se trata de errores en la filmación.
Para rizar más el rizo se puede buscar además un sentido, un mensaje general de la película, además del que da el libro en el que se basa y el viaje al sinsentido del protagonista… pero eso, como en cualquier obra de Arte, está abierto a la interpretación del espectador y del crítico. Quizá pudiese ser la advertencia a no jugar con los múltiples sentidos de una historia y sus detalles, no bucear demasiado en lo complejo -puzles, ajedrez, el laberinto solo existe en la película no en el libro - porque es el, probable, camino a la demencia, un mensaje que conecta de alguna manera con el de El Quijote… pero eso solo es mi visión, más o menos cuerda. 

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