jueves, 28 de febrero de 2013

La mañana del hechizo


Fotografía de Stephan Maloman

Me tenías allí, petrificado y observando tu figura... y sentí que el momento se congelaba en aquel instante. Mis ojos, atraídos por tu cuerpo desnudo, provocador, indiferente, no daban credito a si mismos. Eras bella y tu piel llamaba a gritos a mi piel. Tu cuello, tu cintura pedían una caricía. Aquel tatuaje me rogaba que lo borrara con mis labios, con la punta insistente de mí lengua. Ahí estabas, desnuda, sugerente... solo para mí... esperando. En una de las intermitencias de la luz, en la sombra suave que se derramaba, como tu cabello desde tus hombros, estabas por no cegar al sol que no podría resitir tanto delirio. Pero no todo en mi era deseo, lujuría, desenfreno, pasión arrebatada... ansias de tumbarte en aquel pasillo y susurrandote palabras dulces, hacerte el amor como nadie te lo había hecho y como nadie podría volvértelo a hacer jamás... Y eso otro que temblaba en mi era el miedo, el terror atroz a que me rechazaras, el pánico a verte mover los labios y decir susurrando "por favor, no"...
Pero quizá había esperanza, quizá aquella postura era la quietud, la calma antes de la tempestad. Uno de esos instantes de silencio, justo antes de que se derriben todos los diques y los impulsos nos ahoguen en roces y besos, abrazos y mordiscos, tirones y empujes... ¿Si no que esperabas?...

La voz del fotógrafo me sacó del pensamiento y todo se rompió como una burbuja demasiado tensa. Gritos de final, un albornoz para la modelo y focos que se apagan. Ella resuelta e inmutable, se arropó como si se acabase de duchar en su propia casa y el hechizo se disolvió. Palabras de agradecimiento y movimiento de ayudantes. Ordenes para mañana. Empece a hacer mi trabajo:
- "¡A ver, Manuel, yo quiero una limonada, un bocadillo de atún y un café solo...".

Corrí a por la comida del director de la revista...

(Publicado el 1/11/2005).

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