jueves, 28 de febrero de 2013

Como, tristemente, gané un premio de poesía y perdí un amigo.

Hace muchos años, cuando era un niño (tendría once o doce años) tenía un amigo de los que se hacen a esa edad: un amigo para todo y con el que te pasas casi todo el tiempo. Jugabamos juntos, comiamos juntos, ibamos a clase juntos...
Un día, cuando estabamos en clase, en la E.G.B. (Educación General Básica) de la época, nos pusimos a hablar de que niña nos gustaba. Mi amigo comentó que no le corría prisa y que tenía todo el tiempo del mundo para conocer a la niña que le gustara.
El sábado siguiente fue a ver una carrera de motocross en un descampado cercano a nuestro barrio. Yo no me decidí a estar con él y luego me alegré. Como había mucha gente y él sólo era un niño, no conseguía ver la carrera. Trepando se subió a una torre electrica y sobre ella siguió la competición. En un momento dado, perdió el equilibrio y por no caer se sujetó a uno de los cables. Murió electrocutado al instante. Decía, que años después me alegré de no haber estado y tener que verle morir. Sé que no lo hubiese soportado. Que quizá el suceso me hubiese destrozado psicologicamente...
Yo me enteré el lunes siguiente en clase... No me lo podía creer y me afectó muchísimo. No podía mirar a su madre a la cara. En el entierro, me sentí embotado, aturdido y con un abrasador sentimiento de vacío.
Semanas después, en un concurso de cuento y poesía que organizaba una librería cercana a mi casa, participé con una poesía sobre la muerte de mi amigo. Fue el único premio que me ha dolido ganar.
Desde entonces, mi frase vital ha sido: CARPE DIEM.

Sé que quizá no habrá un mañana.

(Publicado el 29/10/2005).

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