lunes, 4 de marzo de 2013

Domingo soñado.




Ilustración de Sir John Tenniel para "Alicia en el País de las Maravillas".

Mi domingo soñado empieza con un buen café con leche y un plato rebosante de porras calentitas y no aceitosas, a las ocho de la mañana. Mientras en el maravilloso equipo estéreo suena el "Concierto para dos mandolinas" de Vivaldi a un volumen considerable, pero que los vecinos me consienten sabiendo mi amor incondicional por la buena música.
Nada más terminar mi primera comida, tengo - difícil tarea - que elegir entre ver "Ciudadano Kane" en televisión; oír el concierto en vivo de la Orquesta Filarmónica de Berlín, en Radio 2 de Radio Nacional de España, con el "Concierto para orquesta" de Bartok o leer indolente el dominical de El País, que trae un suplemento muy ilustrado de lencería femenina.
Justo cuando acabo de hacer una de estas tres cosas, mi mujer sufre un bendito ataque de pasión y hacemos varias veces el amor por toda la casa. Al terminar, ebrios de placer, tomamos un aperitivo reponedor a base de aceitunas negras y brillantes, queso feta suave y un ribeiro fresquito.
A la hora de comer, vuelven los niños y amorosamente me dicen cuanto me quieren y lo agradable que es disfrutar de mi compañía. Les pregunto que tal les ha ido en el partido de fútbol del barrio, que, inexplicablemente, se ha jugado en el campo de una tribu perdida de Borneo.
Al degustar el sabroso cocido, regado con vino de la ribera del Duero, charlamos sobre literatura, arte y música, para deleite general. La comida acaba con muse de chocolate, café fragante de Jamaica, una exquisita copa de Torres 10 y unos cuantos sabrosos cigarrillos de Malboro.
Los chicos recogen la mesa, ponen el lavavajillas y se despiden amablemente porque han quedado, con unos amigos, en el puerto de Hanko, en Finlandia.
Para abrir boca - mejor dicho, ojos - nos vemos la saga de "El padrino" y terminamos por ir al cine del barrio que, en un alarde de generosidad para los espectadores habituales, pone un maratón de películas de Hitchcock.
Cenamos en un romántico italiano unos espaguetis "a la salsa rabiata", acompañados de un delicioso vino Valpolicella, ya que, amablemente, los dueños del restaurante nos llevan a casa, ya que les pilla de paso, y no tengo que conducir.
Al entrar en la casa, a mi mujer le ciega el deseo y nos volvemos a liar (bastante).
Un instante antes de ir a dormir, vuelven los niños, que mientras se acuestan nos desean felices sueños.
Leo un poco de "El Quijote" y me duermo con placidez pensando que el lunes es fiesta.

(Publicado el 26/03/2006).

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