viernes, 8 de marzo de 2013

Solo en casa.



Hace años, cuando vivía con mis padres, descubrí una de las maravillas que la sociedad occidental tiene reservadas para los humanos: estar solo en casa.
Saltando por encima de las maravillas de compartir lo que te gusta con alguien a quien quieres - esencial sin duda -, existe el paréntesis de tener la casa para uno, aunque sea durante una hora. Las madres con hijos me entenderán enseguida porque, aunque quieran muchísimo a sus hijos, siempre es un alivio la tranquilidad y el sosiego que proporcionan esos momentos de silencio y quietud.
El poder ponerse suave - o a todo trapo, que esto va en gustos, con el permiso de los vecinos - esa música que nos encanta, saborear nuestra cerveza o refresco favorito, ojear con calma el periódico, colocar nuestro álbum de fotografías o ver una serie que nos divierte sin sobresaltos, interrupciones, carreras o gritos desde otro cuarto es una auténtica bendición que hace de cada minuto un lingote de oro.
Bien es verdad que tampoco es que quisiéramos que durara mucho tiempo, solo el suficiente para que el marido no nos pregunte por unos calcetines limpios, que la mujer no nos cuente el último cotilleo de la peluquería o que los niños no se peleen por jugar en la Playstation.
Solo en casa. Unos minutos... para hacer justo aquello que nos apetece.

(Publicado el 19/05/2006).

1 comentario: