martes, 5 de marzo de 2013

¿Qué les hacemos? o como cargarnos el asunto.


Fotografia: Veronidae

Desde de hace tiempo me pregunto que pretendemos con nuestra forma de vida occidental. Cuando los niños crecen les hacemos materialistas, competitivos, consumistas, con la publicidad y con nuestros propios hábitos. Con nuestros mimos, regalos y consentimientos, les contamos las maravillas de vivir bien y que tener casi de todo, no cuesta casi nada. Ya en el colegio la cuestión se intenta frenar un poco y el nuevo mensaje es que hay que esforzarse para conseguir resultados.
Si se lo creen y se ponen a ello, empiezan a llegarles noticias de que no siempre los buenos propósitos triunfan y que demasiadas veces los que engañan, roban y acaparan obtienen una existencia regalada y cómoda. Aún así con las asignaturas y el deporte (más las imágenes del cine y la televisión) les volvemos más y más competitivos y les susurramos que la violencia es una vía para conseguir objetivos, incluso los objetivos positivos o legales. Les mostramos imágenes de guerras, asesinatos, robos y al mismo tiempo esperamos que sean pacíficos y dialogantes. Se desprecia en los medios que les llegan la cultura, el arte, la literatura y al mismo tiempo les pedimos que se interesen por la música, la pintura o la lectura.
Si no se lo creen, se vuelven asociales y desprecian a una sociedad que intuyen que les engaña y que no les dejará entrar en la tierra que promete. Los queremos libres e independientes, pero dóciles y obedientes, críticos con el sistema, pero siguiendo las reglas que este les dicta.
En cualquier caso, cuando crecen entran en una sociedad que juega con las leyes protegiendo a los fuertes, ricos y poderosos. La mayor parte de la educación que recibieron en la infancia no les sirve de nada y las oportunidades de conseguir un trabajo estimulante son muy pocas. Empujados por una propaganda atroz, se vuelven egoístas y avariciosos. En el mundo laboral se les intenta, desde jóvenes, explotar al máximo y se topan con abusos y una férrea autoridad (que en muchos casos no han conocido antes y que les frustra y les parece altamente represora, la mayor parte de las veces con bastante razón). El mercado les sigue bombardeando con sexo y consumo y al mismo tiempo les aleja de conseguir, por medios legales, los productos y placeres que se les enseñan. Si han decido conseguir como sea lo que les hemos hecho desear y se salen de lo legal les perseguimos, encarcelamos y reprimimos enarbolando la bandera de la justicia. Los mensajes políticos no les dicen nada porque a los que no piensan ni les llegan y a los que sí, les parecen mentiras de políticos que se muestran, demasiado a menudo, corruptos y despiadados.
Y así vamos y nos quejamos y nos llevamos las manos a la cabeza y decimos que “esta juventud está loca” y olvidamos los años que pasamos en esa contradicción continua con lo de fuera y con nosotros mismos. Ya más adultos les censuramos por no ver las verdades que nosotros creemos inmutables e infalibles y les culpamos por todos los males que nos rodean.
A pesar de todo lo anterior, multitudes se unen en organizaciones no gubernamentales, colaboran desinteresadamente con los más necesitados y/o desfavorecidos y luchan por la paz y la auténtica justicia por todo el planeta. Se hacen médicos, artístas, escritores, músicos... Intentan cambiar las cosas.
Con demasiada frecuencia se nos olvida que ellos, para bien o para mal, gobernaran el mundo, de aquí en unos días.

(Publicado el 22/04/2006).

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