sábado, 16 de marzo de 2013

Instrucciones para convertirse en un escritor de éxito.

Para escribir de forma que se gane mucho dinero y se consiga la admiración del público (en especial la de bellas señoritas de abundante pecho y largas piernas o la de hombres fuertes de espaldas musculosas y rostro apolineo), se han de seguir una serie mínima de normas. Entre ellas destaca el huir de palabras feas y aburridas, sin profundidad ni interés como casa, perro, mujer, piedra. En su lugar se han de utilizar mansión, fortaleza, fiera, cancerbero, dama, condesa, roca y peña. ¿Por qué?. Porque aquellas palabras vulgares no son generadoras de ideas y no sugieren historias, imágenes o reflexiones. Analicemos su pobre significado y notemos como no pueden estimular nuestra imaginación.

Casa. ¿Qué concepto hay más simple que este?. Todos sabemos que es el lugar donde vivimos, hemos vivido o nos gustaría vivir. Aquel sitio, de nuestra infancia, que olía a lejía y a cocido los sábados, a donde volvíamos después de los juegos o las riñas con los amigos y compañeros de colegio; donde nuestra madre nos esperaba con la merienda rica (bocadillos calientes de mantequilla con azucar, chorizo picante de pueblo o paté de lata Mina) o el castigo temible (disparos subsonicos de calzado para estar por casa, abierto por detras y sin tacón); donde nuestra hermana pequeña llorona o nuestro torturador hermano mayor aguardaban a nuestro regreso. Esa casa obscura de estrechos pasillos, más allá de la última colina del pueblo, enmarcada por un peral y un manzano, en la que la madera se quejaba apenas bajo los pisotones de nuestros zapatos de duras suelas, cuando por la mañana entrabamos corriendo por galletas, y que, por la noche, aullaba como un lobo herido y gemía como un espectro en pena al rozarla con nuestros calcetines suaves, cuando bajábamos por un vaso de agua. Esa casa donde una mujer, con dulces promesas de amor, nos llama como una sirena fatal para perdernos entre el mar profundo y cálido de sus brazos y sus pechos. La misma casa que fue de nuestros padres y que es parte de una herencia ansiada que nuestra conciencia, mordiéndonos con remordimientos mordaces, nos impide disfrutar y que acabamos malvendiendo a una familia coreana, propietaria del restaurante chino de la esquina (donde, por cierto, los rollitos de primavera son geniales. Sin demasiada grasa, con una corteza dorada y crujiente y rellenos de una suave y casi dulce mezcla de vegetales y carnes especiadas). Ese lugar, destino de nuestro descanso, donde todo ha sido puesto y ordenado por nosotros y que forma parte de nuestro mundo privado y personal, cárcel y paraíso al tiempo, refugio ante las adversidades físicas y psicológicas, donde huimos cuando nos perdemos en el día a día y nos escondemos de las amantes insistentes, los jefes pertinaces, los vecinos que incordian. La casa que puede ser hogar, o no, para gente que puede formar una familia, o no (algunas veces tu hogar y tu familia no están y no viven bajo tu techo).

(Publicado el 6/11/2007).

1 comentario:

  1. Muy cierto, muchas veces, una casa no siempre es un hogar, aun cuando un hogar, siempre será una casa... ♥

    ResponderEliminar