lunes, 18 de marzo de 2013

Una persona.

En un día como hoy, cuando ya entra el invierno de verdad y el frío nos azota con ese impulso a estar en interiores, he visto como una persona fregaba la acera exterior de un restaurante de comida rápida, aquí, en una ciudad del norte de la Comunidad de Madrid. Por sus rasgos faciales seguramente era un inmigrante. Una persona que hacía un trabajo que ya muchos de nuestros jóvenes no quieren hacer, por parecerles degradante o de poca remuneración. Simplemente se ganaba la vida para él, su familia y/o para enviar algo de dinero a sus parientes en el país de origen. Trabajaba con energía y conciencia, lo mejor que se podía esperar y haciendo, con su tarea, que todo sea un poco mejor en donde vivimos.
Una persona así, trabajadora, a primera vista honrada y cabal, es la que es, con otras muchas como él, blanco de los ataques de gente desocupada y aburrida que se manifiestan, como en estas jornadas pasadas en contra de la llegada de inmigrantes. Algunos de estos incluso, en condiciones favorables de anonimato, agredirían a esta persona solo por el puro aburrimiento y el odio sin sentido. Curiosamente, muchos de estos hijos de papá, de todas las edades, que gritan consignas de expulsión y de impedir que entren inmigrantes, tienen en casa una "chacha" extranjera que es "como de la familia".
Este sinsentido, como digo debido principalmente al aburrimiento, al ocio vacío, también se base en falsa informaciones, en poco conocimiento de la historia general y en la propia historia familiar. Y esto es de lo que me parece más sorprendente. El joven de pocos años, cargado de odio pero divertido, descerebrado, agrede verbal y físicamente a una persona que viene a este país en busca de un futuro mejor, sin recordar que lo mismo hizo su abuelo o su padre, en condiciones practicamente idénticas. Porque sí, porque, por mucho que queramos olvidarlo - y algunos astutamente nos lo esconden -, en este país fuimos pobres de solemnidad y se pasó hambre y eramos los parias del continente y teníamos que ir fuera a ser camareros, barrenderos, etc. De esta manera, el mínimo sentido que pudieran tener las afirmaciones de estas manifestaciones racistas se disuelve totalmente. Parece que ya nadie recuerda como nuestros parientes iban a Francia, Alemania, Inglaterra y toda suramérica para hacer fortuna, con más o menos éxito. ¿Qué nos hace suponer de la honradez de nuestros compatriotas y la maldad de nuestros inmigrantes?; ¿quién tiene más derechos o menos y por qué?; ¿No tenemos todos derecho a intentar ganarnos la vida lo mejor que podamos, sin tener en cuenta colores o países?. La respuesta fue, es y debe seguir siendo sí.

(Publicado el 19/11/2007).

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